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Por Carlos Carballido ()
Dallas.- Era un día como cualquier otro, de esos repletos del hastío provinciano, el excesivo trabajo texano y la misma rutina arcaica de una época que parece estancarse en el tiempo.
Juan Carlos Montoya, como casi todos los que salen a domar un mastodonte de 80 mil libras y 18 llantas, sabía muy bien a qué hora debía salir de su casa para no incumplir con su deber.
Lo sabemos todos, pero igualmente jamás tenemos ni la más mínima idea de la hora del regreso, o de si tendremos la suerte de lograrlo alguna vez.
Montoya era de los pocos hombres que hacen del sacrificio virtud y de los golpes oportunidades para el crecimiento personal como alfa de la familia.
Dejó una vez su México natal y, como tantos de nosotros, forjó una familia con tres hijas lejos de esas porquerizas donde nacimos.
Desconozco si en la madrugada, al salir de su casa, tuvo la oportunidad de besarlas. Solo sabemos que ese jueves 27 de marzo todos se quedaron esperando su figura fornida de 6 pies y 3 pulgadas.
Montoya perdió el camino a casa y fue obligado a tomar otro de una sola vía y de un solo sentido obligatorio, que jamás está adornado de paz y flores, sino de dolor, sangre, traumas e infiernos.
Tengo una muy mala relación con la vida y con eso que llaman Dios. Nunca voy a entender qué tipo de premio puede ser para un padre y esposo dedicado por entero a su familia ser obligado a tomar un derrotero inmerecido.
Hay un millón de explicaciones pero ninguna tan buena como para convencer a quien atraviesa ese calvario.
Como todos los días, me he quedado esperando verlo pasar en su monstruo blanco, alzándome los brazos o gritándome… «¡¿pinche cubano cuando te vas a Miami?!». Solo le contestaba sin sentido «No Life», para escuchar su respuesta: “At all”.
A veces creo que la vida es un switch eléctrico, que se apaga cuando a alguien le sale de las entrañas, dejándonos en oscuridad eterna. Ojalá me equivoque, Montoya, ojalá.
Si es así como dicen los libros de cuentos, entonces espérame. Tampoco puedo asegurar a qué hora regreso y viendo cómo te fuiste, entendí que escapar a esas circunstancias es cuando más un milagro.Intentaré llevarte esa ropa vieja y el café cubano con espumita que siempre me pedías. Será tarde hermano mío, pero cuenta con eso.