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Por Jorge de Mello ()
La Habana.- Muy temprano, como a las 5:30 de la madrugada, pasaron unos camiones sonando sus bocinas, imagino que estaban llevando personas a desfilar en la plaza y querían que La Habana se despertara y lo supiera.
Durante las siguientes horas solo se siente un silencio absoluto, de ciudad muerta. Sobre las 8:30 salgo a caminar, me llama la atención que no pasa ni un solo auto y no hay personas en la calle.
Silencio total en este barrio habitualmente bullicioso.
Al llegar al eterno basurero de la esquina me encuentro a estos dos ancianos, es lo único que se mueve en varias cuadras a la redonda.
Tomo la foto y me acerco con discreción. Uno de ellos ha encontrado en el contenedor una pequeña caja blanca de cartón, la abre y saca con los dedos algo que no logro identificar desde mi posición.
Entonces se lo lleva a la boca y empieza a comer con total naturalidad. Abre y cierra la boca sin dientes muy cuidadosa y lentamente, como el que tiene todo el tiempo del mundo.
El otro levanta una bolsa de tela sucia, mira en su interior y le dice en voz baja al que está desayunando: —me he encontrado un tesoro, asere.