Newsletter Subscribe
Enter your email address below and subscribe to our newsletter

En 1918, mientras los mapas de Europa se redibujaban con sangre y ruinas, Lituania buscó algo que parecía imposible: un símbolo de estabilidad.
El país recién independizado necesitaba un rey, alguien que representara unidad sin pertenecer a los imperios que acababan de colapsar.
Así apareció Mindaugas II von Württemberg-Urach, un príncipe alemán católico, ajeno a la dinastía Hohenzollern. Su nombre fue votado por el Parlamento lituano, y durante cuatro meses tuvo un trono… que nunca pisó.
Nunca vio su reino. Pero desde la distancia, se enamoró de él con la intensidad de quien ama lo que no conoce.
Aprendió el idioma lituano con devoción, se vistió con trajes tradicionales, decoró su casa con símbolos bálticos y llenó su entorno de objetos que evocaban un país que solo había imaginado: armas ceremoniales, tapices rituales, reliquias antiguas.
Su reinado fue una ficción histórica, una ilusión de legitimidad en un mundo que se desmoronaba. Cuando la guerra terminó, su corona se desvaneció con el mismo silencio con que había nacido.
Hoy, Mindaugas II es recordado como un rey sin reino, un monarca que solo gobernó en la nostalgia.
Un hombre que, en medio del caos de Europa, intentó convertirse en lituano no por conquista, sino por amor a una identidad que jamás pudo tocar. (Datos Históricos)