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MI NUEVA NOVELA

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Por Ulises Toirac ()
La Habana.- Me encabroné anoche conmigo mismo y empecé a escribir una novela. Si va a llover, no quiero chinchín -no es el nombre de la novela, claro, sino la intención-. Aquí van las primeras cuartillas.
Sobre el horizonte se desdibujaban las casas de Palos de la Frontera y una multitud escasa y poco entusiasta despedía las tres embarcaciones.
-Este pueblito mierdero desaparecerá. No sirve ni pa’ despedirlo a uno.
Allí entre los abotargados habitantes de Palos, estaba su amante. Era quizás la única entusiasta.
-No logro saber si es que me desea suerte o se alegra de que me vaya. Realmente nunca he estado claro de nada con esta gorda. Anoche casi pienso que era una llave de inmovilización lo que me estaba haciendo. Estaba a punto de golpearla cuando empezó a gemir, gracias a Dios.
Los marineros se movían diligentes terminando las labores de zarpar. Había cierto aire de aventura en ellos. Habían embarcado con el ánimo de enriquecer en Las Indias y apostaban a que el destacado navegante tuviera razón en lo que a otros parecían desvaríos. «¡Qué Tierra redonda, tolete! -se habían burlado en las Cortes- habrían de estar colgados los de abajo y caminar con las manos».
Un pequeñajo marinero tropezó con Cristóbal y se disculpó torpemente.
-Ando buscando la punta de esta soga, Almirante.
-Está detrás de esa cosa -indicó.
-¿Eh?
-Sordo de mierda, lo único que faltaba -se molestó y señaló un tótem que le habían obligado a cargar- ¡Detrás de esa cosa… la cosa!
-¡Dígame, Almirante! -gritó Juan de la Cosa desde mitad del palo mayor.
-Pfff. Esto promete… Me voy al camarote, que me da mareos navegar sentado en el puesto del copiloto.
-Descuide don Cristóbal -dijo el timonel a su lado, un asturiano simpático y rechoncho-. Mano firme y rumbo fijo a las islas Canarias.
-Tú no bebas, por dios -se santiguó Colón levantándose.
Dirigió una última mirada al puerto y elevó una mano en señal de despedida mientras sonreía a los enviados de la reina a verle zarpar.
-Vayan al carajo, hijos de la gran puta -casi grita, aunque sabía que ya no escucharían. Sonrió aún más- ¡La madre que los parió!
Y, dando tumbos, se metió bajo el puente de la Santa María, mientras las gaviotas graznaban, quizá repitiendo sus improperios.

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