Enter your email address below and subscribe to our newsletter

MI MIEDO AL MONO

Comparte esta noticia
Por Esteban Fernández Roig
Miami.- Tenía 11 o 12 años y había un muchacho en el barrio al cual yo le cogí tremendo miedo.
Me llevaba un par de años, estaba fuerte, “troncu’o”; la mayoría de los niños, al igual que yo, le temían al “Mono”…
El “Mono” era tremendo abusador, pero yo no le daba el mínimo chance para abusar de mí, porque le huía y comenzaba a escabullirme desde que lo veía a media cuadra de distancia.
Una tarde mi padre estaba de lo más entretenido viéndonos jugar a las canicas a un grupito de muchachos en el parquecito Martí. De pronto, de sorpresa, apareció corriendo como un bólido el “Mono”, gritó con todo lo que sus pulmones le daban “¡Arrebato!” Y se llevó todas nuestras bolas.
Mi papá estaba atónito, bravo, y se me encaró preguntándome: “¿Y porqué carajo ninguno de ustedes le cayó atrás para quitarle los caniques?”
Le respondí apenado: “¡Papi, porque le tengo miedo!” No dijo una sola palabra. Súper molesto me viró la espalda y se fue para la “Viña Aragonesa”.
No me habló en varios días. Hasta un sábado -como a las 11 de la mañana- cuando yo estaba junto a grupo de amiguitos, retozando en el portal de la calle Pinillos.
A lo lejos vi a mi padre venir, increíblemente le tenía puesto el brazo por encima del hombro al “Mono” como si fueran “grandes amigos”…
Me dijo: “Mira, Esteban de Jesús, te traje de regalo al “Mono”, para que te fajes con él, te fajas con él o te fajas conmigo, tú escoges”…
Prácticamente defecándome en los pantalones me abraqué al “Mono”, tiré un par de golpes al aire, el “Mono” me puso un párpado morado, tenía “la bemba hinchada” y me sangraba la nariz.
Yo pensaba que se había acabado la pelea, pero mi padre insistía: “¡Dale más duro Mono, mátalo!”
Sorprendido y asustado el “Mono” al escuchar la palabra “Mátalo”, pensó que mi padre estaba loco y salió corriendo, poniendo pies en polvorosa…
Recibí una paliza, no me rajé y fue remedio santo. De ahí en lo adelante no tuve más problemas con el “Mono”. Cuando iba por una acera, él brincaba para la otra evitando encontrarse conmigo. Desde luego, no me temía a mí, sino a mi padre.
Entonces, mi viejo -sonriente- me entregó una bolsita con 12 canicas nuevas.
Años más tarde, en una acción desesperada, Fulgencio Batista reclutó a varios jóvenes para auxiliar a su deteriorado Ejército. Fueron llamados “Los casquitos”. Ahí engancharon al “Mono”. Lo mandaron para la Sierra Maestra y más nunca supe de él.
El “Mono” era el hijo de un buen hombre, de un íntimo amigo de mi padre llamado “Sendo”, el que Roberto Torres inmortalizó por sus deliciosos batidos en la canción “Yo soy Güinero”.

Deja un comentario