Miami.- Las gotitas de lluvia resbalan por la superficie pulida de mi piel trazando caminos de agua que el aire borra. La ropa mojada se pega a mis contornos lisos, me dibujan el cuerpo del que a veces pierdo memoria anestesiada por la prisa de la cotidianidad.
La lluvia no atraviesa mi cuerpo de cristal. Choca contra su tersitud y salpica otra vez la humedad de donde viene.
Mi cuerpo es de cristal, transparente. Si lo miro con detenimiento puedo ver los órganos internos, las venas, el complejo mecanismo de carne y sangre que me hace caminar bajo la llovizna. La sincronía del grotesco interior sin remordimientos, ni culpas.
Hoy descubrí que tengo algunas zonas azogadas por la timidez, unas pequeñas islas que son las menos pero en ellas parezco espejo. Galerías del mundo que pasa alrededor pero que devuelvo silentes, como un filme añejo al que le imponen color. Me muero de risa al pensar en mis pájaros planos, en mis árboles planos, en mis ríos y cavernas planas como imágenes de un libro. ¡Liso y mudo!
Me dan risa los reflejos y me da miedo la fragilidad. Se ve tan limpio mi cuerpo, tan inocente, tan ajeno a la posibilidad de quebrarse con cualquier choque, con cualquier encontronazo. Se ven tan tiernas las gotitas de agua jugando a unirse y separarse sobre mi cuerpo de cristal que es casi imposible resistir la tentación de tocarlas con la punta de mi dedo.
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