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MI AMIGO ÁCRATA

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Por Renay Chinea ()

Barcelona.- Tengo en Madrid un amigo ácrata que un día llegó a La Habana. A Juanma lo conocí por esos enredos del tongo-borondongo, de un amigo de un amigo que me conocía de no sé qué; pero lo cierto es que fue a parar a mi casa. Hace de esto tranquilamente 25 años.
Inmediatamente después de la caída del muro de Berlín, Cuba pasó de ser una prisión hermética, con guardia pretoriana de Songo-La Maya a ras de suelo, a convertirse en parque temático de la izqmierda mundial.
No quedó un musulungo que no viniera a La Habana, a purificarse como si fueran las aguas del Río Jordán. Socialistas de cartón, sindicalistas peseteros, activistas del caviar y la reunión, funcionarios extractores del obrero, vividores pro-soviéticos pasmados. Colorados, rojoides barriobajeros…
Se vivieron grandes momentos de la inhumanidad. Gremialistas italianos. Activistas de sinistra —que es siniestra— criticando los prostíbulos y barrios “de tolerancia” antes del 59, e inmediatamente, se iban a buscar putas, casi siempre chicas menores de edad que ejercían, masiva y alegremente. Y hasta sentían la necesidad de decirte que el comunismo era bueno y el capitalismo malo.
Recuerdo a Mirko. Enterado de que quería largarme de allí me leyó el futuro: si te vas a Italia acabarás toda tu vida fregando platos en una pizzería.
Él mismo era ayudante de cocina en Génova. El diálogo fue más o menos así:
—E tu che lavoro fai, Mirko?
—Io sono assistente di cuoco.
— Vaya vaya… E tu dici che io finirò a lavare piatti per tutta la vita?
—Sicuramente, amico. Il capitalismo fa schifo.
—E facendo il cuoco , tú, ti fai tre settimane di vacanza a Cuba?
—Ah, sí, ma il mio asunto è diverso..!
—Ah, capisco: tu hai un capitalismo a parte per te come cuoco, e il lavapiatti ne ha un altro per la sua categoria, giusto? Vera mente si sono fatti proprio classisti i distributori di capitalismo, eh?

Lo cierto es que casi adivina: la verdad que fregué muchos platos… y ciertamente en una pizzería. Pero casi siempre intenté reírme del cerebro plano de aquellos izquierdosos tan maniqueos y acabar en broma.
Sin embargo mi amigo Juanma era muy diferente. Adoraba la desconfianza en todos los poderes: era anarquista, y ya eso lo ponía parcialmente de mi lado, aparte de su riquísima cultura: estaba ante un bicho de biblioteca y daba gusto hablar con el de los españoles del Siglo de Oro.

Yo vivía en una casita baja, rodeada de marpacíficos, y en el centro del patio un limonero persa que me daba limones todo el año. Eran los días en que, simplemente eché mano al alfabeto y empecé por orden a querer largarme para cualquier país: Alemania, Argentina, Azerbaiyán… Burundi, Birmania, Bután… Allí donde no me presenté a pedir un visado, era porque no había consulado en La Habana, pero lo averigüé.

Para donde primero emigré fue, desde sub-Cuba, para Cuba. Y de Cuba, me fui para Exo-Cuba, y de Exo-Cuba, quería pirarme para Miami que siempre fue la Cuba definitiva con que soñamos todos.

La vida en la isla ha ido cambiando de un modo no cartesiano. La gran paradoja de ese país es que ha cambiado muchísimo para quedarse igual de mal. Es difícil entender: voy otra vez: lo normal de los países es que mejoran o empeoran. Cuba no. Cuba, es un muerto sistémico que vive en la peoridad mutante, constantemente. Y aún, creo que no explico bien esta mierda de idea:

En el 70 tenías cuchillas de afeitar rusas pero no podías salir para ningún lugar; pero había puerco asado en Navidad. En el 80, se acabó el café y seguían las cuchillas pero te obligaban a ir a Angola… y así, y así, y así hasta llegar al estado fallido actual. Un manicomio con camisas de fuerza para mancos enrabietados. La disposición algebraica de los minuendos y dividendos, en ese país, es terrorífica.

Pero allí estaba yo: mirando los enormes árboles del parque de enfrente, batidos por el viento. Y allí llegó Juanma, con una botellita de Cubay añejo, y no recuerdo que otra golosina que había llevado de España.

—Me mandó Nacho—me dijo—. Dice que te gusta este ron… y comenzamos a charlar.
Hemos estado charlando durante 25 años. Por correos de Yahoo, por Hotmail… Whatsaap… Casi todos mis amigos son amigos de Juanma.

Anoche cenamos juntos por un Japonés cerca de Bravo Murillo. Pasan los años, y aunque no estamos en contacto permanente, mantenemos ese techo de vuelo esporádico, de las amistades verdaderas.

—Mira, amigo— le solté aquella primera vez bajo el limonero persa— tú que eres de Valladolid, donde murió Colon, yo he hecho los tres viajes de Colon sin salir de Cuba, y nada más me falta el cuarto y recalar en Miami. -Y proseguí-: Me fui del campo para la ciudad, de la Ciudad para La Habana, y de La Habana, para una Habana invisible donde yo no existo. —Me servía otro doble de Cubay a pulso y Juanma seguía sin entender.

—¿Tú no existes?
—No… Yo soy una voz en off de un fantasma que habla y solo ven los que tienen “vista”. -Y Mi amigo seguía estupefacto:
—Mira, no tengo trabajo, ni nóminas, ni propiedades, ni médico, ni estoy en ninguna lista.
—Ostia tío—¿Al menos tendrás DNI?.
—Pues no del todo… Lo tengo, pero me di de baja en Cienfuegos y no me di de alta en La Habana… Así no me encuentran.

Bajo esas extrañas cartas de presentación nos hicimos amigos. Juanma el ácrata tenía un discurso que me sonaba raro.

Una vez íbamos caminando por el Malecón de La Habana.

—Mira, tú ves… si aquí viene el capitalismo, esto se llenará de coches. Habrá una polución horrible. —me dijo.
—Sí, ¿pero tú sabes una cosa…? Uno de esos carros que pasarán envenenando el planeta, será mío. No que ahora son solo de los barrigones e pinga estos… el planeta se descojona y tú y yo vamos a pie bajo el sol como dos verracos.

Pocos meses después de despedirnos en La Habana me llamó Nacho. Me había enviado Juanma, desde Madrid, una edición de Emecé Editores, de la poesía completa de Borges. Al cabo de diez o doce años, en los días duros de mi aterrizaje en Madrid, volví con ese mismo libro bajo el brazo —lo tenía forrado y disfrazado con otro nombre— a su casa que está cerca de la Plaza de Toros de las Ventas.

Los días de descanso, Juanma se ocupaba de llamarme y hacerme probar toda la gama de quesos embutidos y jamones españoles. Entonces, era seguidor del Atlético de Madrid. Se ocupaba del recién llegado con la lealtad de un hermano mayor de un hermano huérfano.
Mientras nos comíamos unas Gyozas ayer, a Lucas le pedimos un Ramen.

—Y que te ha traído esta vez por Madrid— me preguntó.
—Pues mira, he traído a Lucas al Bernabéu. Y hasta le compré la camiseta de Mbappé.
—Vaya, Luqui a mi Florentino tendría que pagarme para verme allí.
—¿Pero no me dijiste en La Habana que en España había que ser pícaro como el Buscón de Quevedo… y llegar a poderoso? Por eso lo traje a conocer a Floro.

—Bien hecho… no lo había pillado. Pero recuerda, Luqui, que todo niño debe llevar una camiseta de fútbol hasta los 18 años. Si la usas de ahí palante,es que eres tonto.
—Por cierto, hablando de La Habana: ¿no habrás venido en coche desde La Costa Brava.. ayudando al calentamiento global? — dijo y soltó una carcajada.
—Pues mira tú… vine en el tren rápido de los franceses, en OUIGO. Encontramos dos billetes baratísimos. Imagínate que Lucas tiene descuento del 90 por ciento.

Y se dio una fuerte palmada con las manos: —lo sabía!— esos hijoeputas quieren socializar la pérdida y monopolizar la ganancia… Intentaba explicarme que querían pulverizar el monopolio estatal de Renfe, para luego monopolizar y subir precios… pero ya yo estaba con Lucas, en media de una sonora carcajada y hasta temí que nos echaran del Restaurante.

—Pago yo, que me toca esta vez, me dijo aún remilgando,— y salimos a la Avenida por Cuatro Caminos.

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