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Por Yoandy Izquierdo Toledo ()
Pinar del Río.- Hay fenómenos cuyos efectos son acumulativos y para medirlos se necesita del implacable paso del tiempo. Las consecuencias no suelen ser inmediatas, o al menos no son notables como en una relación directa causa-efecto. Generalmente son fenómenos sociales, que no se cuantifican a través de indicadores como se hace en economía o en cuestiones demográficas. Ellos más bien responden a un análisis cualitativo. Incluso, a veces, por no hablar de cifras, menospreciamos y caemos en el error de no dar la importancia al fenómeno. Esto contribuye así a su incremento.
Entre estos fenómenos, por ejemplo, está el daño antropológico causado por el totalitarismo en Cuba. Esta es investigación y vida del colega Dagoberto Valdés. Hoy quisiera hablar de la pérdida de la memoria histórica que hace que, a la larga, los pueblos pierdan su identidad porque desechan u olvidan todo lo que les ha antecedido.
La famosa frase de que “todo tiempo futuro será mejor” no puede ser entendida como justificante de que el pasado no importa. Los hechos anteriores, las decisiones que fueron tomadas y las obras realizadas no pueden ser juzgados con los criterios de la actualidad. Eso sí, pueden servir para cambiar lo que deba ser cambiado. Además, pueden inspirar el desempeño de hoy día y, sobre todo, deben formar parte del acervo cultural que nutre la historia. Este incluye la historia de los pueblos, de los proyectos, de las instituciones y de las personas.
La tendencia en el llamado cambio de época donde se habla de una sociedad líquida, y en los sistemas populistas, ha sido la de reescribir la historia. Como si todo hubiera empezado aquí y ahora. Como si el punto de partida lo marcara quien escribe o quien protagoniza. Eso contribuye además a negar la verdad histórica, a enterrarla. Muchas veces con marcadas intenciones que van desde la mentira institucional hasta la amnesia frente a las injusticias.
Es cierto que el proceso de memoria histórica tiene, inevitablemente, alta subjetividad. Esto se debe a que depende de valoraciones personales transidas por intereses profundos. Incluye también carismas e ideologías propias. Sin embargo, uno de los rasgos fundamentales de la historia nos recuerda que esta debe ser objetiva. Debe ser escrita con rigor y apego a la verdad. Además, si hacemos valer la verdad, se traspasa lo estrictamente personal. Llegamos al recuerdo colectivo, compartido y extendido, de una comunidad sobre su pasado.
El fenómeno de la memoria histórica es multidimensional e integra lo humano con lo social. También integra lo legal con lo político, para esclarecer, por un lado, los hechos que han atentado contra la dignidad de la persona humana. Su propósito es también reconstruir la sociedad por los caminos del progreso y la paz. Por otro lado, establece precedentes que sirven como referencia para la sociedad. Esto funciona como recuerdo consciente y sereno de los valores, la tradición, las personas y las obras de quienes nos han antecedido.
La memoria histórica debe servir también como forma de esclarecimiento ante las dudas. Funciona como espacio plural para el debate social que genera el análisis del pasado. Esto se hace en función del futuro que se quiere construir sin negar las raíces. La memoria histórica es una forma de reconocimiento y dignificación de todos. Incluye cada uno de los que nos han antecedido. Habla de reconstrucción del tejido social, de concatenar los hechos y beber de la savia que aporta la experiencia. La memoria histórica, tratada con rigurosidad y empatía, es un escenario propicio para el diálogo y la paz.
No nos convirtamos en pequeños inquisidores en nuestro círculo de acción. No enterremos el pasado a conveniencia. Tampoco le torzamos el cuello a la historia para conducirla por los caminos que más nos acomodan. No permitamos que cubran con un manto de silencio aquellos proyectos, obras y personas que enriquecieron nuestra Patria, nuestra Iglesia o nuestra familia. No permitamos silenciar su pensamiento y sus obras. Algunos pretenden olvidar por el solo hecho de no coincidir con sus opiniones políticas, eclesiales o familiares.
Si el silencio, la desmemoria, afectan a la vida y a la cultura de los pueblos, el asunto es todavía más grave. Es un crimen contra la humanidad. Además, el crimen se agudiza cuando, aun estando vivos algunos protagonistas se pretende sepultar lo que algunos a nombre de todos decidieron que no debe salir a la luz.
Recuerdo al hablar de este tema el Duodécimo Informe de Estudios de Convivencia titulado “La transición en Cuba: memoria histórica, justicia transicional y reconciliación nacional”. Comparto la visión de futuro para una Cuba en libertad y democracia. Donde sean fortalecidas la verdadera cultura e identidad nacional. Un lugar donde la verdad sea la primicia. También donde la memoria histórica sea recuperada, documentada y enseñada como garantía. Todo ello asegurará que los nuevos procesos y los nuevos protagonistas siempre beberán de la savia milenaria de la historia.
No hemos sido los primeros, ni seremos los últimos. Esta es la inevitable verdad y la gran riqueza de la humanidad.
El presente, y el futuro de Cuba y de su Iglesia, necesitarán una Comisión de la Verdad. También un rescate de la Memoria Histórica para fortalecer nuestra identidad cubana, cristiana y eclesial.