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Por Joaquín Santander ()
Caracas.- Era sabido que Nicolás Maduro iba a «ganar» las elecciones presidenciales, porque no puede ser diferente cuando tu partido político tiene el control de todo, incluso el de contar las boletas sin supervisión alguna, pero ahora vale preguntarse si el pueblo venezolano, cansado de miseria y represión, lo dejará terminar su tercer mandado.
El chavismo se niega a abandonar el poder y apela a todo, incluido el fraude, para perpetuarse en el poder. No puede ser diferente cuando sigues al pie de la letra las instrucciones llegadas desde La Habana, donde se fragua todo lo que ocurre en Caracas. Y en La Habana no quieren que Venezuela vuelva a ser un país libre y próspero.
Desde Cuba saben que un cambio en Venezuela los dejaría solos, lo cual pondría los ojos del mundo, de nuevo, sobre la isla, y por eso le advirtieron al astuto de Nicolás Maduro, que de bobo no tiene un pelo, que tenía que apañárselas para ganar la elección. Y como al delfín de Hugo Chávez no hay que repetirle mucho las cosas, lo hizo.
El poder encanta y cautiva. Y a Maduro le gusta más que a nadie, porque es la única forma de tener a miles de personas atentas a él, a sus frases disparatadas, a sus chistes sin gracia alguna, a sus ideas incoherentes y alocadas. Pero el poder no es solo eso: también representa la voluntad de hacer por el pueblo y eso es lo que no termina de entender el heredero de Hugo Chávez.
Una buena parte de los venezolanos emigró del país y muchos de ellos están ansiosos por volver, pero lo condicionan a que haya una patria libre. Otra, más numerosa, vive en la pobreza absoluta en el que tal vez sea el país más rico del mundo en cuanto a recursos naturales. Y otra más, también numerosa, está pegada a la teta chavista y de eso vive, y por eso defiende al mandatario y sus doctrinas. Entre ese grupo está la inmensa mayoría de la Fuerza Armada Nacional Bolivariana (FANB).
La cúpula de la FANB está penetrada por la Seguridad cubana. No se mueve una mosca entre los generales y los altos puestos del arma sin que lo sepa el ministro de Defensa, Vladimir Padrino, y sin que lo conozca Maduro. Muchas veces, sus propios medios de inteligencia no son capaces de descubrir movimientos que el estamento cubano sí. Parece increíble, pero es así, literalmente.
Incluso, esos gestos que cualquier país consideraría inamistosos, son bien vistos por Padrino y Maduro, que han unido sus carreras y dependen el uno del otro, porque el mandatario sabe que su hombre fuerte en el ala militar nunca lo va a traicionar. A cambio le ofrece todo lo que el otro pida, entre ellos salarios cada vez más altos para los generales, coroneles, oficiales con más influencia. Algo así como que la casta militar vive en un país que no es el mismo que el del resto de la población.
Con las elecciones «ganadas», Maduro intentará pasar otros seis años en Miraflores, pero lo va a tener muy complicado. Muchos venezolanos amanecieron en las calles, desafiando a los militares que han salido de sus cuarteles no a defender la democracia, sino a los gobernantes.
En las próximas horas y en los próximos días pueden ocurrir cosas inesperadas. Si el pueblo se lanza a las calles, ningún gobierno lo resistirá y no tendrá más opción que abdicar y dejar el camino libre a los que verdaderamente ganaron los comicios.
Cierto que puede haber sangre, muertes, violencia desmedida, pero solo así se tumba a las dictaduras. Jamás un gobierno tiránico -paso de alguna excepción- dejó el poder con tranquilidad. Y el de Maduro no va a ser el caso.
Venezuela, dueña de las reservas de petróleo y gas más grandes del mundo, no puede tener a su gente en la indigencia. Es imposible. Y es imposible también que un gobierno impopular e incapaz de resolver los problemas de la inmensa mayoría de la población, siga decidiendo.
A pesar de que Maduro y todo ese andamiaje que montó para perpetuarse en el poder, dicen que «ganaron» las elecciones, Venezuela tiene la obligación de demostrarle que no fue tan así.
De Venezuela dependen muchos otros, entre ellos Cuba. Si Venezuela vuelve a la democracia, la de Cuba estará más cercana. No es hora de bajar la cabeza y aceptar todo, venezolanos, es la hora de pelear por hacer realidad nuestros derechos.
Y es ahora el momento de hacerlo, por la felicidad de nuestros hijos y los hijos de nuestros hijos, para que no encuentren un país desvencijado y roto.