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Por Redacción Nacional
La Habana.- Miguel Díaz-Canel llegó a Moscú con una agenda tan cargada de simbolismos como de necesidades. Lo recibió el viceministro de Relaciones Exteriores, Sergey Ryabkov, en un gesto que no deja dudas: para el Kremlin, Cuba es aliada, pero no prioridad. Aun así, el presidente cubano asistirá a los actos del 9 de mayo -el Día de la Victoria soviética sobre el nazismo- y tendrá una reunión con Vladímir Putin en la que ambos pretenderán lo de siempre: mostrarse fuertes en medio del naufragio.
La visita se encuadra en un contexto donde los discursos se inflan para compensar los vacíos. Rusia quiere hacer ver que aún tiene aliados sólidos en América Latina. Cuba, por su parte, necesita más que una foto. Necesita petróleo, inversiones, y sobre todo, alguien que no la olvide en el tablero internacional.
La guerra en Ucrania ha empujado a Putin a revivir alianzas de la era soviética como si de un álbum de estampas ideológicas se tratara. En ese álbum, Cuba ocupa una página amarillenta, pero aún visible.
Díaz-Canel viene a recordar que La Habana no olvida los favores. Se cumple el 65 aniversario del restablecimiento de relaciones diplomáticas entre ambos países, y los discursos oficiales se han encargado de repetirlo como una letanía. Pero más allá de la retórica, el viaje busca oxígeno: créditos, ayuda técnica, y algún tipo de respaldo que alivie el colapso económico cubano. La energía es el punto más urgente. Sin combustible, no hay país que funcione, ni propaganda que lo oculte.
Putin, por su parte, usará la presencia de líderes como Díaz-Canel, Maduro o Lula para enviar un mensaje a Occidente: no está solo. El desfile militar del 9 de mayo será menos fastuoso que en años anteriores, pero cada abrazo de un presidente extranjero contará doble. No es coincidencia que este año el evento también conmemore los 80 años de la derrota del fascismo. En la narrativa rusa, la guerra en Ucrania es una continuación de aquella lucha. Díaz-Canel, al sumarse al acto, valida esa ficción.
En La Habana, mientras tanto, los cubanos de a pie no celebran aniversarios ni memorandos de entendimiento. Esperan, como siempre, que algo cambie. Que este viaje traiga combustible, aunque sea para tres días. Que el discurso de hermandad no sea solo otra cortina de humo. Pero lo saben: ya no quedan socios desinteresados. Rusia está empantanada en su propia guerra, y el apoyo a Cuba será siempre condicional, táctico, limitado.
Díaz-Canel se tomará la foto con Putin. Habrá banderas, flores y saludos en un salón con techos dorados. Luego regresará a una isla donde la luz va y no viene, donde el pan escasea y donde ya nadie cree en los viejos aliados. El viaje servirá para los noticieros, no para la vida real. Y eso, en la Cuba de hoy, ya no sorprende a nadie.