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LOS TRAUMAS HEREDADOS DE LA FÁBRICA DE HAMBRE

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Por Renay Chinea ()

Barcelona.- Los comunistas le robaron a mi abuelo una finca muy productiva, que hoy es campeona mundial en la producción de marabú y sancaraña. (Por cierto, como sé que ustedes no saben cómo se dice en inglés “sancaraña”, se los digo: Raoul Grass).

Mi padre perdió la juventud, la vejez y la vida cargado de reconcomio y esperanza. A mi madre, le birlaron una pequeña colonia agrícola que era una joya de producción de comida.

Vi con mis ojos de niño —y siempre intento ver el mundo con mis ojos de niño— cómo una docena de Buldozers arrasaron en la tierra de mi madre, un viejo guayabal, de donde sacábamos toneladas de guayabas, por orden de un tal Che Guevara.

El Comunismo es una enorme fábrica de hambre. Allí donde triunfa, la pobreza se riega como la mierda’e’pato. Las cárceles, la represión y el hambre, son sus medios de subsistencia.

Vivo, hace 20 años, en un país donde ha sido derrotada la escacez, pero arrastro esa tara. Aún aplasto los tubos de pasta de dientes hasta sacar el último poquito. Guardo las estillas de jabón y las pego unas con otras, retengo envases plásticos y llevo una jabita chillona en el bolsillo.

A base de entrenarme, he perdido la fobia a entrar en los hoteles. Pero… producir alimentos, aunque compro por toneladas el tomate Mutti, es una acto de Reafirmación Contrarrevolucionaria. No sé… Yo sé que ustedes entienden mis traumas, por eso les cuento.

¡Producir comida es el modo más nítido de oponerme a aquella fábrica de hambre que se llama Cuba!

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