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Ramón García Guerra
La Habana.- Este mes se celebran 123 años de vida republicana en Cuba. Divido el proceso en tres etapas: una capitalista con dos tiempos (1902-1958), otra socialista con tres tiempos (1959-2025), y otra más populista (1937-1968), que se superpone a las anteriores.
Partimos de la idea de que una república es una forma del Estado basado en un orden constitucional donde el pueblo es el soberano. Siendo así, hallo que este último es la clave del proceso.
Cierto es que faltan dos semanas para la celebración y me anticipo a la fecha. Sabemos que esos son momentos en que el espíritu patriótico se exalta y los ánimos se caldean, haciendo que a veces pierda rigor el debate de ideas y que la discusión se convierta en una valla de gallos. Entonces me pongo un paso por delante de la tormenta de pasiones dándole un giro epistémico al análisis de la cuestión, además.
Advierto que mi objeto del análisis es la sociedad política cubana en un proceso histórico cultural que se extiende por más de doce décadas.
Durante la primera república distingo tres momentos, con una duración de una década cada uno: caudillista, partidaria, corporativa. Luego en la segunda república se dieron otros tres momentos; pongo al centro la Constitución de 1940 y en los flancos dos estados de excepción. Finalmente está la república socialista, con cinco momentos; tres de ellos en el siglo pasado, con el Estado confesional obrerista al centro, y otros dos momentos en este siglo, siendo el último el que se inicia en 2019 y llega a la actualidad.
Falta por incluir la república populista; que va a coincidir con la segunda república capitalista y la primera socialista, con el batistato de por medio.
Pienso que la mejor manera de entender el proceso histórico cubano es desde la sociología del derecho. Pondría así en relación al sujeto político-popular con la condición ciudadana. Esto hace que sean pertinente preguntas tales como: ¿Qué país éramos cuando se aprobó el voto femenino (1934) o adoptó el Código de las familias (2022)? Significa que la relación de la sociedad civil con el Estado político es la clave del análisis que hacemos.
Considero un error el tratar de impostar en la realidad un ideal republicano hecho de filosofías y legalismos que no conectan con la constitución política de la sociedad. «Injértese en nuestras repúblicas el mundo, -exigía José Martí- pero el tronco ha de ser el de nuestras repúblicas.»
Incumplir con esa exigencia crearía desencuentros entre legalidad y legitimidad y entre civilidad y sociabilidad, mientras que se compromete la sostenibilidad del poder instituyente.