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Los privilegiados descubren la realidad

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Por Jorge Sotero

La Habana.- En La Habana, donde el calor de la política suele ser más intenso que el del trópico, un embajador retirado ha decidido usar Facebook como pizarra de quejas. Rolando Gómez, un hombre que pasó buena parte de su vida representando al gobierno cubano en el extranjero, escribe con la rabia del que acaba de descubrir que el país no funciona.

Se queja de los apagones, de la incompetencia de la Unión Eléctrica (UNE), de la corrupción que llamó «los reyes corruptos de este sufrido pueblo». Lo extraordinario no es lo que dice —que lo repite cualquier cubano en una cola— sino quién lo dice: un hombre del sistema, desde dentro del sistema, quejándose de que el sistema no funciona.

Gómez describe con precisión burocrática el fracaso: horarios de electricidad que no se cumplen, «altos consumidores» que nadie identifica, autoridades cuyas órdenes «caen en saco roto». Su indignación tiene el sabor amargo del que descubre que, después de toda una vida sirviendo a una revolución, la revolución no sirve. Y cita, con inconsciente ironía, a un poeta independentista: «hace falta una carga para matar bribones». No parece darse cuenta de que la corrupción de la que habla no es un error del sistema, sino el sistema mismo.

Pero el verdadero drama no está en la queja, sino en la respuesta. Lensky Palmero Aragón, otrora médico personal de Evo Morales, le responde con la pregunta que nadie hace en voz alta en Cuba: «¿Qué vías constitucionales tiene el pueblo cubano para derrotar a un gobierno inservible?» La pregunta, sencilla y devastadora, revela el núcleo del problema: no hay mecanismos. No hay votaciones que cesen gobiernos, ni congresos que actúen mociones de censura. Solo queda la resignación o la calle.

Un síntoma del final

Lo más revelador de este intercambio entre dos hombres que alguna vez tuvieron pasaportes diplomáticos y años viviendo fuera de Cuba es el descubrimiento tardío de lo obvio. Descubren, desde sus apartamentos en La Habana, lo que el cubano de a pie sabe hace décadas: que el país se cae a pedazos y que no hay forma de cambiarlo desde dentro de las reglas actuales. Su indignación es genuina, pero llega con 30 años de retraso.

Mientras Gómez se queja de que «el servicio eléctrico está en su peor momento» y Palmero aconseja «cuidarse las coronarias», millones de cubanos enfrentan los tres apagones diarios sin tener Facebook para quejarse ni médicos personales de expresidentes que los aconsejen. La tragedia se vuelve farsa cuando quienes ayudaron a construir el muro son los últimos en darse cuenta de que están encarcelados en él.

Al final, este diálogo entre otrora privilegiados que descubren la realidad es el mejor síntoma de la agonía terminal del sistema. Cuando hasta los que estuvieron cerca del poder comienzan a hacer las preguntas incómodas, es porque el poder ya no tiene respuestas. Solo le queda esperar que el pueblo no haga, finalmente, la misma pregunta que hizo Palmero, pero con otras consecuencias.

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