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Por Redacción Nacional
Matanzas.- La noticia corrió como corren las malas nuevas en Cuba: sin pasaporte, sin visa y a grito limpio. Ayer por la noche, en la Terminal Provincial de Matanzas, alguien acuchilló a Yunier, “El Baterista”, cuatro veces para robarle. Cuatro. Ni una ni dos: cuatro. Y todo por el puñado de monedas que había juntado a golpe de tambor artesanal, hecho con latas, sueños y un don que ni los conservatorios enseñan.
Yunier no murió. Porque Dios, la suerte o el milagro todavía operan en esta tierra de salitre y ruinas. Está vivo. Está en el hospital. Pero más que sangre, lo que derramó sobre la calzada de Tirry fue una parte del alma de Matanzas. Porque Yunier no es un loco más. Es uno de esos personajes que, sin pedir permiso, se meten en la cultura de un pueblo hasta volverse símbolo. Es una estampita viviente de la ciudad.
Desde niño fue diferente. No nació así. Fue la fiebre. Una fiebre alta y asesina que le dañó el cerebro y le torció el destino. Pero no le robó la inteligencia, ni la dulzura, ni la chispa. Con su instrumento de hojalata hace melodías que los turistas no entienden, pero que los matanceros sienten como si les tocaran el pecho por dentro. No pide limosnas. Se gana el dinero a golpe de talento. Y eso, en un país donde hasta los ministros mendigan, lo vuelve digno.
Recorre la ciudad todos los días, como un farol ambulante. Lleva paz, lleva ritmo. Para algunos será ruido. Para nosotros, es música de fondo. Un alivio en medio de la locura cotidiana. Cuando lo vemos, sabemos que Matanzas sigue viva. Por eso nadie se explica cómo alguien pudo hacerle esto. ¿Qué clase de bestia le clava un cuchillo a un muchacho enfermo que lo único que hace es batir un ritmo con todo el amor del mundo?
No fue solo el robo. Fue la puñalada simbólica a la ternura. Al barrio. A la infancia. A la memoria. Yunier no es un desconocido: es de los nuestros. Vive en Playa, calle Pilar entre Candelaria y Covadonga. Su familia, su historia, su andar por las calles ya son parte del mapa emocional de esta ciudad rota, pero noble.
Cuba está cambiando. Pero no para bien. Este país se está convirtiendo en un pantano de desesperación donde los intocables ya no son respetados, donde ni los personajes más entrañables están a salvo. Donde un muchacho discapacitado, alegre y popular puede terminar desangrándose en la calle porque a alguien le dio por asaltarlo a cuchillo limpio.
¿Hasta cuándo? ¿Qué clase de sociedad estamos permitiendo que se construya cuando el respeto por lo sagrado, lo frágil, lo entrañable, se pierde entre las sombras de la miseria?
Afortunadamente Yunier está vivo. Pero la herida no solo es suya. La herida es nuestra. Porque cuando le clavan un cuchillo a un símbolo, sangra toda la ciudad. (Con información de La Tijera)