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Los orígenes oscuros de la propina

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Hoy parece un gesto amable: dejar unas monedas sobre la mesa y sentir que hiciste algo correcto.

Pero lo que muchos consideran cortesía nació, en realidad, como un acto de discriminación disfrazada de gratitud.

Tras la abolición de la esclavitud en Estados Unidos, a mediados del siglo XIX, los afroamericanos recién liberados comenzaron a trabajar en hoteles, trenes y restaurantes. Sin embargo, los empleadores blancos se negaban a pagarles salario.

¿La solución que encontraron? Permitirles “vivir de las propinas” que los clientes quisieran darles.

Era una manera de mantener la servidumbre sin llamarla esclavitud.

Un sistema que no necesitaba cadenas, porque dependía de la sumisión, la sonrisa y la aprobación del otro.

Así, lo que nació como una práctica de humillación se convirtió en una norma social.

Y con el tiempo, el gesto que representaba desigualdad se maquilló de cortesía y elegancia.

En 1938, cuando el gobierno estadounidense estableció el salario mínimo federal, los trabajadores con propina fueron excluidos.

Hasta hoy, millones de meseros ganan apenas 2.13 dólares por hora, esperando que la “generosidad” del cliente cubra el resto.

Paradójicamente, en países como Japón o Corea del Sur, el acto de dar propina se considera ofensivo.

Allí, el servicio se honra, no se compra.

El respeto no se mide en billetes, sino en la dignidad del trabajo bien hecho.

La historia de la propina no habla de buenos modales, sino de cómo una práctica nacida del desprecio se normalizó hasta parecer virtud.

Una historia que demuestra que no todo lo que parece educación… tiene un origen noble. (Tomado de Datos Históricos)

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