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Los niños y la vida con animales

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Por Marianela Martín (Tomado de Facebook)

La Habana.- Los dientes fuertes que tengo se los debo a la buena leche emanada del pecho de mi madre—mujer de manos marcadas por el trabajo y corazón repleto de secretos del monte—, que no necesitó de spots televisivos para saber que leche como la materna es insuperable.

Pero no solo a ella le debo mi fortísima dentadura y osamenta, el esmalte resistente de mis dientes y huesos llevan la huella de Paloma, la vaca Holstein blanca y negra que fue más que un animal en nuestra casa.

Nos sentábamos sobre su lomo cálido, usábamos su cuerpo como fortaleza o como caballo imaginario en tardes interminables. Ella no protestaba. Solo respiraba hondo, como si entendiera que su misión en la vida iba más allá de dar alimento: era darnos amor en forma de presencia tranquila.

A través de Paloma supimos que nuestra madre hubiera sido una excelente veterinaria, si se lo hubiera propuesto. La veíamos atender sus partos, sanar sus heridas, velar por su salud con manos firmes y ojos atentos. Hasta el día en que el destino fue más fuerte. Un alambre de púa atravesó su ubre y nada, ni el férreo esmero de nuestra madre con sus pomadas y oraciones, pudo salvarla.

Adiós a Paloma

La imagen de Paloma siendo llevada en un tractor, mientras mi hermana y yo corríamos tras ella llorando, sigue viva en mi memoria. El sonido de sus pasos, el polvo del camino, el vacío que dejó… sus ojos tristísimos, de quien sabe que va a un doloroso destino, son imágenes recurrentes.

Paloma vive en cada vaca blanca y negra que cruza mi camino. En cada animal que me mira con ojos profundos y me recuerda que crecer entre ellos no solo fortalece el cuerpo, sino también la virtud.

Los niños que tienen la suerte de compartir su infancia con animales aprenden, sin palabras, lecciones que ningún libro enseña: el respeto por la vida, el dolor de la pérdida, la ternura más pura.

Los niños deberían crecer con animales. Porque esas criaturas nos enseñan que no somos el ombligo del mundo. Otras vidas valen tanto como las nuestras.

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