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Por Esteban David Baró (Especial para El Vigía de Cuba)
La Habana. – La Revolución que juró cuidar a los niños hoy los deja dormir en la calle, mientras vende la comida en la moneda del enemigo.
La foto es insoportable y recorrió las redes sociales. Varios niños cubanos estuvieron durmiendo en los jardines del hotel Muthu, en 1ra y 70, municipio Playa, La Habana.
Ninguno de ellos estaba de vacaciones. No hay piscina, ni desayuno incluido. Solo hierba, hambre y abandono. Es la Cuba real, no la que sale en los partes del Noticiero Nacional de TV.
En un país donde se repite hasta el cansancio que “los niños son la esperanza del mundo”, actualmente son el espejo roto de una sociedad agotada.
Duermen en parques, buscan comida en los basureros, sobreviven en una economía donde el pan se compra en dólares y los sueños se pagan en pesos.
La jefa de prensa de la Presidencia, Leticia Martínez Hernández, quiso apagar el incendio con un texto en Facebook.
“Esta Revolución hace mucho por sus niños, a diario y en todos los frentes. Que eso no se olvide nunca, pero situaciones como la de esa foto son inadmisibles. Es responsabilidad del Estado y de las familias, y de todos los que vemos esas cosas, y muchos solo postean”.
Una frase que lo dice todo y nada.
Admite que la escena resultó inadmisible, pero al mismo tiempo se refugió en el viejo discurso de “la Revolución que hace mucho por sus niños”.
¿Mucho silencio? ¿Mucha pobreza? ¿Mucho cinismo?
Porque la realidad es que Cuba tiene los alimentos en la moneda del enemigo y los salarios en papeles sin valor.
Un país donde el gobierno te paga en pesos cubanos, pero te obliga a alimentarte en dólares.
Donde un litro de aceite cuesta más que una jornada de trabajo.
Donde los padres hacen infinitas colas para comprar el sustento de sus familias, mientras sus hijos aprenden, desde temprano, lo que significa la desigualdad socialista.
Incluso el diputado Carlos Miguel Pérez Reyes, fundador de una empresa tecnológica, tuvo que admitir lo obvio. “En Cuba con muy pocos recursos se hace mucho por los niños”, refirió.
Y añadió que el caso del hotel Muthu “evidencia fallas en la articulación de las instituciones y una débil respuesta a los problemas sociales.”
“Fallas en la articulación”, dice.
Como si dormir en un jardín fuera una falla burocrática y no una condena.
Como si la infancia en la calle fuera una debilidad y no una tragedia.
Mientras el poder intenta explicar lo inexplicable, los niños duermen sobre el cemento y los jóvenes —que ya fueron “la esperanza del mundo”— se marchan por cualquier vía de la isla, buscando una esperanza que en su país ya no existe.
El discurso oficial se derrumba frente a la evidencia.
No hay revolución que se sostenga cuando los niños duermen a la intemperie y los mercados se cobran en divisas extranjeras.
No hay patria digna cuando el desayuno depende de una remesa.
Y no hay futuro cuando la juventud cubana no quiere quedarse a cuidar ruinas, sino irse a vivir.
El régimen insiste en que “el Estado no abandona a nadie”.
Pero los niños del hotel Muthu estuvieron ahí, bajo las luces de un edificio de lujo, esperando que alguien los viera, los escuchara, los salvara.
Ellos no necesitan consignas: necesitan comida, techo, y un país donde no haya que pagar en la moneda del enemigo para sobrevivir.
“Los niños son la esperanza del mundo”, decía Martí. Pero en Cuba, la esperanza se acuesta temprano… en los jardines de un hotel para turistas.