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LOS MUÑEQUITOS NO QUITAN EL HAMBRE

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Por Redacción Nacional

La Habana.- Cuando uno cree que ya lo ha visto todo en el circo cubano, sale esta “brillante” noticia: Cuba y Rusia firmaron un convenio para producir muñequitos. Sí, mientras usted se mata en una cola de siete horas para conseguir tres huevos podridos, Díaz-Canel y sus cómplices celebran la vuelta triunfal de los dibujitos soviéticos.

El acuerdo, firmado entre el ICAIC y Soyuzmultfilm, viene maquillado como un “gran impulso cultural”. ¡Vaya impulso! Porque lo que necesita un país con apagones de 12 horas, hospitales sin aspirinas y escuelas que se caen a pedazos, es precisamente un dibujito animado de pioneros bailando alrededor de un samovar.

Hablan de coproducciones, talleres y festivales, como si la Isla no estuviera en llamas. ¿Qué carajo importa un taller de animación en Moscú cuando el salario no alcanza ni para una libra de arroz? ¡Qué falta de respeto! Esto no es cultura, es cinismo disfrazado de cooperación internacional.

El texto del anuncio, con su tono romántico y diplomático, omite algo esencial: este acuerdo no es más que otro intento desesperado del régimen por reforzar su dependencia a un Kremlin cada vez más solo. No es casualidad que mientras firman “convenios culturales”, firmen también otros acuerdosde armas y vigilancia.

Otra farsa

Que nadie se engañe: la nostalgia de los muñequitos rusos es solo un anzuelo barato. El objetivo real es adoctrinar a la nueva generación de cubanos con propaganda reciclada, pintada de colores pastel. En la isla, los muñequitos no son entretenimiento: son una herramienta política. Siempre lo fueron y lo siguen siendo.

Resulta grotesco que se hable de “alianza estratégica” en materia cultural mientras la industria nacional de animación agoniza sin presupuesto, sin tecnología y sin libertad creativa. Si usted no canta las loas de la revolución, no animará ni una cucaracha en este país.

¿Quién gana con este convenio? El Kremlin, que mete su pata cultural en América Latina, y la cúpula cubana, que encuentra un nuevo salvavidas para seguir vendiendo su narrativa fracasada. ¿Y el pueblo cubano? Como siempre, condenado a ver cómo se gastan los recursos en muñequitos, mientras sus hijos siguen emigrando en balsa o muriendo de hambre.

Por eso, cuando vea el próximo festival de cine de verano con la bandera rusa ondeando en el malecón, no se emocione. No es hermandad, no es arte, no es futuro. Es la vieja práctica de adornar el desastre con caramelos vencidos.

En resumen: otra farsa. Otro espejismo cultural en una isla donde el verdadero arte hoy es sobrevivir. Y créanme, ni los muñequitos más bonitos del mundo logran tapar el hedor de un país que se cae a pedazos.

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