Por Esteban Fernández Roig
Miami.- Escribo tanto de Güines y deseo que ustedes sepan que no es solamente por nostalgia, sino por agradecimiento que lo hago.
Les cuento que en mi pueblo los 28 de Enero se celebraban tres sublimes acontecimientos: El nacimiento del Apóstol, el Día de San Julián patrono de Güines, y el día del Güinero ausente.
Ese día, desde todos los rincones de la sala y hasta desde el extranjero, arribaban a nuestro terruño cientos de coterráneos.
Los abrazos, apretones de manos y hasta lágrimas los podíamos aquilatar y disfrutar en cada esquina. Eran 24 horas de fiesta, y de solidaridad humana.
Después de 1959, los güineros se exiliaban por montones todos los días, tanto así, que a los aviones de la Pan American los llamábamos “La Ruta 33”…
Y cuando me toca salir, y llegar aquí solo, nunca sentí la soledad. Aquí estaban “los güineros ausentes” que me recibían con los brazos abiertos y muestras de afecto y cariño.
Entre millones de desconocidos había un núcleo de “ausentes” que podía reconocer hasta a larga distancia y me extendían sus manos para estrechar la mía.
El primero que vi desde un balcón saludándome -en el Aeropuerto de Miami- fue a Rafael Sorí, el director de la inolvidable orquesta Swing Casino.
Ya los güineros tenían un “Municipio en el exilio” que logró aminorar la tristeza de un güinerito recién llegado con solo 17 años.
En el “US Army”, mi coterráneo Máximo Gómez Valdivia y yo íbamos de barraca en barraca entrando y gritando: “¿Hay algún güinero aquí?” Y siempre saltaba uno diciendo: “¡Aquí estoy!” Nos juntábamos e hicimos más llevadera la rudeza del entrenamiento.
Al llegar a California me encontré un hogar lleno de fraternales hermanos en el glorioso “Círculo Güinero de Los Ángeles”, al cual me integré de lleno y a la revista La Villa gracias a Luis Beato y Enrique Bin, mientras Mariano Domínguez hacía lo mismo al frente de “Ecos del Mayabeque”…
A veces siento la compasión de ustedes, de miles de lectores, al contarles mi odisea al llegar aparentemente solo al exilio, y les agradezco el gesto, sin embargo, deseo aclarar que nunca estuve solo, a mi alrededor siempre tuve a los nacidos alrededor del río Mayabeque.
Vaya, quiero sepan que un día melancólico le dije a mi amigo Joaquín Bin que “extrañaba al gallo de la familia de los vecinos Emilio y Alberto Garcés González despertándome todas las mañanas” y de ahí en lo adelante me llamaba por teléfono todos los días cantándome como un gallo”…
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