
Newsletter Subscribe
Enter your email address below and subscribe to our newsletter
Por Datos Históricos
La Habana.- Desde tiempos antiguos, se les ha atribuido a los elefantes no solo fuerza, sino también sabiduría. Plinio el Viejo, en su Historia Natural, relataba cómo estos gigantes se detenían en la marcha para apartar con sus trompas a los animales más pequeños, con tal de no pisarlos por accidente.
No lo hacían por miedo. Ni por instinto de supervivencia. Lo hacían por clemencia.
Cuando marchan en manada y son atacados por jinetes, protegen a los más débiles: colocan a los enfermos y heridos en el centro de la formación y enfrentan el peligro como si siguieran órdenes dictadas por una mente común. Con un tipo de inteligencia que no necesita palabras.
Homero lo entendía. A diferencia de filósofos posteriores como Descartes, él no negaba a los animales la conciencia del dolor ni la comprensión de la muerte. Y hoy lo sabemos: los elefantes, cuando uno de los suyos muere, celebran ritos de duelo. Tocan sus huesos con la trompa. Se quedan en silencio. Regresan incluso años después al lugar donde cayeron los suyos.
Han sido vistos llorando.
También existen relatos de elefantes que se han dejado morir tras perder a su cuidador. Como si, al ausentarse el vínculo, la vida perdiera su sentido.
Puede que no hablen. Pero comprenden. Y quizás, solo quizás, sienten de un modo que nos sigue siendo difícil comprender.