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Por Albert Fonse ()
Ottawa.- Estados Unidos dispara a las lanchas de los traficantes y no invade. Esa frase resume el estilo de una política exterior que busca titulares y efectos mediáticos más que soluciones reales. Prefieren operaciones de impacto, rápidas y fotogénicas, que den la sensación de acción.
Mientras tanto, el tablero geopolítico de América Latina se complica sin que nadie asuma una estrategia de fondo. Una vez más, Washington mira hacia otros continentes, hacia guerras lejanas, y deja crecer a sus enemigos en casa.
El nuevo acuerdo militar entre Rusia y la dictadura cubana es una prueba de ello, Moscú consolida su influencia en el Caribe mientras Estados Unidos celebra haber hundido un par de lanchas con droga.
Sin asumir lo que verdaderamente necesita Venezuela, una invasión o un ataque quirúrgico que desmonte el aparato de poder criminal, el gobierno estadounidense prefiere distraer con gestos menores. A Trump le importa más mostrar que detuvo unos botesitos que enfrentar las fábricas de armas rusas instaladas en territorio venezolano, los drones iraníes que sobrevuelan el Caribe o las bases espías de China y Rusia dentro de Cuba.
Mientras tanto, China construye su primer gran puerto en el Pacífico de América Latina, en Chancay, Perú, a pocas millas de bases navales norteamericanas. Es un movimiento geoestratégico que consolida su presencia comercial y militar en la región, y confirma que el verdadero poder se está desplazando mientras Washington se entretiene con operaciones de superficie.
Esa desconexión entre discurso y realidad es peligrosa. América Latina se llena de acuerdos militares y económicos hostiles mientras el poder del norte sigue mirando lejos y no a sus vecinos.
Los cubanos, por su parte, se han convertido en espectadores domesticados. Aplauden como focas todo lo que su actual amo les presenta como espectáculo. Hablan, ríen, sufren y celebran conflictos que no entienden. No conocen los países de los que opinan, ni su historia, ni su cultura, pero repiten los eslóganes que les dictan.
Si el líder indica que hoy toca hablar de Israel y Hamas, o de Ucrania y Rusia, allá van con su discurso prestado y su indignación importada. Mientras tanto, ignoran el desastre que los rodea. En Cuba se muere de hambre, se encarcela al que piensa distinto y la gente sigue mirando hacia afuera, creyendo que los problemas del mundo son más importantes que los suyos.
Mi enfoque es Cuba. Mi enemigo es la dictadura cubana, y todo lo demás es secundario. Ningún ucraniano ni israelita va a pedir la libertad de los presos políticos cubanos porque cada pueblo defiende lo suyo. No los culpo. Lo que critico es la ceguera de quienes se llaman patriotas pero gastan sus fuerzas en causas ajenas. Son internacionalistas de sentimientos, mambises del teclado, que lloran por guerras extranjeras mientras olvidan a sus presos, sus muertos y su tierra.
Lo que se necesita no son discursos ni trending topics. Se necesita acción. Los cubanos y venezolanos deben plantarse frente a la torre Trump en Nueva York, ese símbolo del poder y del personaje que decide gran parte de la política exterior hacia nuestra región.
Allí es donde la prensa norteamericana puede ver y escuchar, porque lo que se publica en los medios latinos, por grandes que sean los titulares, no pasa el filtro del poder. Esa es la protesta que de verdad puede llamar la atención, la que puede romper el silencio y obligar a que el tema llegue a las mesas de decisión en Washington.
No se trata de promover violencia, se trata de poner fin a la hipocresía. Si de verdad quieren liberar a sus pueblos, deben dejar de hablar de guerras ajenas y empezar a librar la suya. Que se acabe el cuento chino…