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Por Esteban Fernández Roig
Miami.- Nunca comprendí el gusto de mis hijas y nietos por los dinosaurios, pero mi madre tampoco entendió mi apasionamiento con los cowboys. Mi explicación actual es que aprendíamos a admirarlos a través de la radio, la televisión y las películas.
Los primeros héroes de mi niñez fueron los hermanos Rodolfo, Miguelón y Machito Villalobos, y Leonardo Moncada. Hasta quería entrañablemente a sus cuatros corceles: Centella, Azabache, Tormenta y Ligero. Nunca olvido al Gago Quiñonez, ni al viejito Tobías ni al indito Ciervo Ligero.
Locura tenía con Hopalong Casssidy, con Roy Rogers, y hasta con Cisco Kid.
Cuánta admiración sentía por El Llanero solitario, sus balas de plata y el valiente indio “Tonto” a quien en la película lo llamaron “Toro”. Y disfruté de Glenn Ford en “El Tren 3:10 to Yuma”…
Quería tener un caballo ”Trigger” como el de Roy Rogers, un látigo como el de “El Látigo Negro”, unas espuelas de plata como las de Hopalong, y un perro “Campeón” como el de Leonardo Moncada.
Los héroes de mi padre eran Tom Mix, Tim McCoy y Búfalo Bill; el mío era “The Rifleman” el primera base del Almendares Chuck Conners.
Trataba de sacar mi revólver de fulminantes más rápido que “Billy the Kid”, mientra odiaba a Sakiri el Malayo y al indio Karinoa.
Me encantaban Wyatt Earp, Durango Kid, Davy Crockett,
Wild Bill Hickok y el bandido Jesse James..
Y no crean que de grande se ha esfumado ese encanto, he disfrutado de Clint Eastwood, de John Wayne, de Butch Cassidy and the Sundance Kid, y he visto tres veces “Dance with the Wolves” y cien veces los episodios de “Bonanza.