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LOS ALBINOS Y YO

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Por Rolando Feitó ()

Novosibirsk.- Pasaban cada día frente a la casa de mi abuela para ir a la escuela y por ahí mismo regresaban a la hora del almuerzo. Ellos vivían en los “bloques”, el reparto de edificios que construyeron en la explanada que se extendía entre la calle Cuba y el Cuartel 31 en Santa Clara. Eran como 5 hermanos, cuatro varones de diferentes edades y estaturas y una hembra más pequeña pero también albina como sus hermanos y su madre.

Mi abuela Ofelia me había comentado que ellos apenas veían de día y que solo de noche era que distinguían bien, como los vampiros, por eso los seguía con la vista cada vez que pasaban todos juntos rumbo a las clases en la escuela que quedaba en el Paseo de la paz.

Un día esperé pacientemente que regresaran de sus clases y cuando estaban lo suficientemente cerca de casa de la abuela, comencé a tirarles las piedras que había estado apilando para eso durante varios días. Los albinos sorprendidos por la repentina e inesperada hostilidad buscaron refugio detrás de un viejo automóvil abandonado en el parquecito de la esquina. Desde allí comenzaron poco a poco ripostar con las piedras y objetos que encontraron a mano.

Las pedradas de respuesta fueron ganando en intensidad y precisión. Necesité solo unos minutos para percatarme de que, los albinos, para no ver casi nada de día “adivinaban” bastante bien mi posición en el escenario bélico provocado por mí. La avalancha de piedras lanzadas por los hermanos chocaba estrepitosamente cada vez más cerca de mí golpeando la pared lateral de la casa desde donde, confiado y sin refugio alguno lanzaba yo las mías.

Alarmada, mi abuela salió en mi defensa y comenzó a regañar a los albinos, amenazándolos con ir y decírselo a sus padres. El alegato en defensa propia de los agredidos dejó claro que ellos eran inocentes y también las víctimas.

El verdadero culpable del incidente, que tendría por aquel entonces unos siete años, todavía hoy no se explica de dónde salió aquella disparatada y absurda idea de atacar a los albinos. Solo recuerdo bien que estuve como una semana enfadado sin hablarle a mi abuela Ofelia. Ella, por su parte, cada vez que cruzaba miradas conmigo, inevitablemente sonreía con esa pícara complicidad suya que tampoco he podido olvidar a pesar de los tantos años que hace que no la veo.

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