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Por Jorge Sotero ()

La Habana.- Allá por los años 90, unos ómnibus azules con el letrero de Etecsa al lado, inundaban La Habana. Salían desde la oficina central hasta cualquier lugar de la capital. Sus trabajadores eran unos bendecidos.

Etecsa y las FAR eran los únicos con transporte obrero en una ciudad sin transporte. Aquellos ómnibus llegaban hasta Alamar, La Lisa, Boyeros, Cuatro Caminos (el de El Cotorro) y amenazaban con ir hasta San José de las Lajas.

Hasta por las Ocho Vías se veían aquellas guaguas, que llevaban trabajadores para varios turnos a la Estación Terrena Caribe, en lo intrincado del municipio de Jaruco.

Encima de eso, miles de otros vehículos recorrían el país. Si usted llamaba por una avería, al momento se aparecía una cuadrilla a resolver el problema. Todavía estaban los italianos, aquellos con los cuales tuvieron sociedad.

Los directivos se movían en pequeños Fiat. Unos eran Cinquecento y otros, Seicentos, pero tenían en qué moverse. Y los técnicos tenían motos. Había miles en Cuba.

No todo era color de rosa

Pero la telefonía era un desastre. Los celulares eran solo para extranjeros. El internet restringido a un grupo de elegidos: la cúpula dirigente, sus voceros, algunos artistas. Y nada más.

Los que trabajaban en Etecsa ganaban el triple que un médico. Y tenían almuerzos elaborados en restaurantes. Algunos, en determinados lugares, comían directamente en los restaurantes, algo que solo podía hacer la parte más alta de la escala social cubana: la dirigencia castrista.

Por tener, Etecsa tenía equipos de softbol en todas las provincias. Y hasta organizaban un torneo nacional, al que acudía cada representación de completo uniforme e implementos importados. Era todo un consorcio.

Un día los italianos se fueron. O los fueron. Desavenencias entre las partes. Oscuras formas de actuar. Manejos sucios de los socios cubanos… pero se fueron. Y comenzaron a escasear las cosas. De todas formas, la parte cubana se quedó con motos, carros, ómnibus, herramientas… con todo lo que pudo.

Pero Etecsa, que daba dinero, dejó de ser parte del ministerio de Comunicaciones, aunque aparentemente siguió formando parte del mismo. Su tutela pasó a GAESA, que, poco a poco, intentó apoderarse de todo en Cuba, con el visto bueno de Raúl Castro, abierto de pies a sus generales.

El comunismo funciona así

Pero lo que toca GAESA, como lo que toca el comunismo, termina por desaparecer. Y un día todo comenzó a venirse abajo. Abrieron internet para el público, eso sí, pero luego de que todos los países del mundo lo tenían, aunque no renovaron la tecnología.

Tampoco había celulares en Cuba. La compañía no tenía para vender y tampoco permitieron que nadie entrara con ellos y los vendiera. La bancarrota asomaba. Las oficinas en el Miramar Trade Center se recortaron. El periódico digital Cuba Sí, dirigido por Etecsa y pagado por ella, comenzó a perder personal y a pagar menos.

Y pasó lo que tenía que pasar: se dieron cuenta de que estaban al borde de la quiebra, y quisieron salir a base de mentiras y a costilla del pueblo, como siempre. Ya metieron un tarifazo y lo quisieron enmendar, pero las protestas siguen.

Lo más probable es que el gobierno le entregue al populacho la cabeza de alguien. Digamos que la de un vicepresidente. O la de un ministro. Eso ocurre siempre. Cada vez que cometen algún error clamoroso -y el tarifazo lo es- ponen en bandeja de plata a alguien para expiar las culpas.

Y con Etecsa no será diferente. Aunque nadie rescatará a la empresa de su caída en barreno. Ni nadie devolverá los cientos de ómnibus a las calles, los torneos de softbol, las comidas de restaurantes o la buena vida de sus directivos.

Eso sí, no solo se acerca el final de Etecsa, sino el del castrismo. Que es la mejor noticia para el cubano. Y si lo dudan, pasen por El Vedado para que vean la cantidad de patrullas que hay por todas partes.

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