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Por Sor Nadieska Almeida ()
Bejucal.- Nuestro mundo está consternado ante tanto dolor. Nos impacta la experiencia de la guerra; la injusticia que, por intereses mezquinos, provoca la muerte de inocentes; la negación a la reconciliación, el egocentrismo y la indiferencia de los que sabiendo que existe solución desde la búsqueda en común, prefieren que la prepotencia o el orgullo sean los que marquen el destino de las naciones.
No podemos ser insensibles ante tanto sufrimiento, y sé que en el corazón musitamos todos, de alguna manera, una súplica por el fin de ese flagelo.
Paralelamente a estos acontecimientos muchos países venimos librando batallas también prolongadas. Seguimos bajo regímenes totalitarios que también van cobrando la vida de inocentes, y cada gesto de maltrato nos hace avanzar escalonadamente hacia el miedo, la angustia, la inseguridad.
No es desconocido para quienes vivimos en Cuba la miseria por la que estamos atravesando. Sabemos también que es responsabilidad de un gobierno que no acepta su incapacidad y sigue proponiendo rectificaciones, revisiones y reuniones para reinventar lo mismo con la misma materia prima: sus propios intereses.
Seguimos avanzando hacia el retroceso. Vivir en Cuba se ha vuelto una pesadilla, y no es falta de amor a la patria. Vivo convencida de que quienes han emigrado llevan en su alma esa herida nostálgica por la tierra que los vio nacer y no han dejado de amarla; simplemente han buscado vivir en libertad y con dignidad, valores intrínsecos del ser humano.
Hoy, y como tantas otras veces, vuelvo a levantar mi voz, aun cuando pueda ser molesta y quieran callarla. Vuelvo a repetir que ya es suficiente, que no podemos con más sufrimiento. No es justo que nos sigan apagando la vida, estamos cansados de la incertidumbre por las largas horas de apagones. Somos un pueblo amordazado porque la violencia policial es la respuesta instantánea ante el que se pronuncia, y las amenazas siguen siendo parte de la represión que continúa conduciendo al silencio.
Hay demasiado dolor en el alma de esta isla, son muchas las humillaciones. La precariedad, la suciedad, los basureros desbordados, las muertes por incendios de carbón o disparos en las líneas eléctricas, los malos tratos y la indiferencia son tan cotidianos como el infatigable calor y la falta de agua.
Y si no fuera suficiente, se le suma a todo esto la difamación, los insultos para aquellos que sienten que no pueden seguir callando mientras nos van llevando sin escrúpulos a la esclavitud, al silenciamiento y, en el peor de los casos, a las injustas condenas que tantos hoy siguen sufriendo en las duras y frías cárceles por el simple hecho de pedir justicia y libertad.
Me pregunto por qué puede ser tan molesta la verdad. Difamar, manipular, reprimir, amenazar, golpear, se han vuelto un “modus operandi” que lo único que trae consigo es más rebeldía y un recrudecimiento de la violencia.
La impotencia frente a estas vejaciones por defender la verdad se va acumulando, y puede traer consecuencias muy graves en un futuro no lejano, sobre todo si quienes son responsables de ponerle fin no lo asumen como lo que puede y debe ser: el derecho supremo a pensar diferente, a disentir, a ver desde otro punto de vista y buscar alternativas ante lo que lleva años siendo caos, decadencia y fracaso evidente.
Mi grito se hace súplica al que sigue apostando por el ser humano, al Dios de la Vida, en quien está toda la fuerza, a ese Amigo que nos sigue invitando a no callar la verdad, a no dejar de buscar el bien, a no renunciar al clamor por la justicia. A Él y en Él, toda mi esperanza y mi confianza.