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Por Omara Ruiz Urquiola
Miami.- Cuando me lo pasaron, me sorprendí; porque si hay un espacio docente en Cuba donde la ignorancia y la arbitrariedad son requisitos para el cargo, ese es el ISDi. Para mí, aquello era como un invento al margen hasta de las apariencias, un juego a la escuelita donde las categorías docentes se daban como premios o se usaban según la necesidad de quitarse a alguien del medio, donde el acoso a las estudiantes era tan normal como faltarle el respeto a cualquier profesor a teatro lleno.
Esta pobre bestia, que ha degenerado físicamente hasta casi clamar por un comedero porcino, luchó toda su vida por ocupar ese cargo. Ese es el principio y final de sus aspiraciones, por eso traicionó a amigos y se arrastró a niveles impensables para la mayoría de las personas. Yo los miraba, a su mujer y a él, y me preguntaba cómo no se tenían asco entre ellos, de qué podrían conversar, también lo vi humillarla y sentí lástima por ella.
Recién estrenado de rector de aquel experimento sin otro rumbo que sus intereses personales, donde profesores y estudiantes eran utilizados para engrosar sus bolsillos mediante cambalaches que sus limitaciones técnicas no podían asumir, llegó la “amenaza” de integrar al Instituto a otra universidad mayor. Entonces hizo crecer el claustro con decenas de profesores provenientes de cualquier sitio; ¿saber de diseño? ¿para qué? Lo importante era una maestría o doctorado, en quibumbia o pirulí, pero muchos y con grado científico. Pobre diablo, no coló el intento y ya no pudo ser rector, solo sería decano.
Pero ya el ISDi repleto de gente que no sabía que Clara Porset además de existir, se escribe con S, él tampoco sabía. Entonces a hacerse doctor, uno de los que recaló lo llevó hasta ahí, todo un disparate. Hasta los estudiantes se burlaban de su “proceso de diseño”, el círculo de advenedizos lo alababa y el muy necio se hinchaba en su pantano de groserías mientras intentaba congraciarse con la nueva claque designada para desgobernar el país.
Así, llegó la hora de salir de mí, no había forma según la ley, pero es el ISDi y en esa granja se hace lo que a él le dé la gana y al que no le guste, que emigre. Era su momento de demostrar servilismo y asegurar su sueño, hasta la falsificación de mi plan de trabajo fue capaz de encomendar para ello.
Siempre pensé que le vería la cara en el tribunal. A mí me defendieron los estudiantes, tuvieron que salir una dizque viceministra y el ministro a desacreditarse públicamente como dos energúmenos a cargo del sistema de enseñanza superior de todo un país.
La FEU me había dado la Tiza de Oro, al otro año este ser dispuso que no se diera más, imagino que luego de despedirme lo reinstauró; sí, porque también era el dueño de la FEU, y aquel desliz no podía repetirse.
Pues nada, esto es descomunalmente superior al juicio legal, es el juicio de la vida. El desprecio del estudiantado, del que ha abusado por tantos años, es la peor de las condenas.
Un día me lo crucé en una acera de Viñales, iba con una extranjera y con Pepe Castro. Me viré y cogí el teléfono, ya venía para arriba de mí amenazándome y con ademán de golpearme. Le dije que adelante, que era un lugar público y que de ahí terminábamos en la policía. Se paró en seco, Pepe se había hecho a un lado. Ahí me di cuenta de que era consciente de su miseria moral. Ya estaba aniquilado, me odiaba a pesar de haberme cancelado profesionalmente.
Sí me sentí pagada por aquel #GraciasOmara, hoy el destino me libera de tener que lidiar con esta expresión asqueante de la incapacidad humana.