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Por Oscar Durán
La Habana.- Christopher Landau, subsecretario de Estado de Estados Unidos no dijo nada nuevo. Simplemente desnudó, con la crudeza del que ya está cansado de escuchar excusas, la gran farsa del castrismo. Lo que él expresó no fue una provocación, sino un espejo puesto frente a una dictadura que insiste en llamarse “revolución”. Lo de “bloqueo” ya no se lo cree ni el más ingenuo del barrio; es una palabra inventada para justificar la ineptitud, la corrupción y el hambre que durante más de seis décadas ha convertido a Cuba en un museo de ruinas humanas y materiales.
Porque, ¿qué clase de bloqueo permite que lleguen turistas alemanes, petróleo mexicano o remesas que sostienen al mismo sistema que oprime? El problema no está en Washington ni en Bruselas. Está en La Habana, en los burós del Partido Comunista, donde un puñado de ancianos decide quién come, quién viaja y quién piensa. El único genocidio que sufre la isla es el que el propio régimen ha ejecutado contra su pueblo, condenándolo a la miseria y a la desesperanza mientras sus dirigentes se pasean en autos blindados y veranean en Cayo Piedra.

Landau tocó un punto que a los tiranos les duele: el voto. Si tan seguros están de su “revolución victoriosa”, ¿por qué no dejan que la gente decida? La respuesta es simple: porque saben que el pueblo votaría con rabia, con hambre, con el corazón lleno de rechazo. El cubano de a pie no necesita campañas electorales ni mítines para saber quién es su enemigo; lo ve cada día en la libreta de abastecimiento, en el apagón de la noche, en el policía que lo detiene por gritar “Patria y Vida”.
Mientras tanto, los jóvenes se fugan como pueden. Se lanzan al mar, cruzan selvas, venden su alma por una visa. No huyen de Estados Unidos ni de Europa: huyen de Cuba. De esa cárcel flotante que el castrismo convirtió en laboratorio de miseria. Y lo más triste es que muchos de los que se quedan aún defienden a sus verdugos, aferrados al mismo discurso oxidado que los mantiene hundidos. Esa es la verdadera tragedia de la isla: no solo la falta de pan, sino la falta de libertad para llamarle pan al pan y dictadura a la dictadura.
Por eso las palabras de Landau resuenan como una bofetada de realidad. No son diplomáticas ni suaves, pero son necesarias. En un país donde la mentira es política de Estado, alguien tenía que decirlo en voz alta: el enemigo no es el “imperio”, es el comunismo. Y hasta que Cuba no entienda eso, seguirá navegando a la deriva, entre consignas viejas y tumbas nuevas.