Por René Fidel González ()
Santiago de Cuba.- Se trata del mayor desastre económico, político y social de nuestra historia, no de un dato demográfico. Y aún no concluye.
Cualquier estadística actual que se ofrezca fragmentada y aislada de su complejidad, sin asumir una reflexión de las verdaderas proporciones de esta, de la fuerza de sus impactos y consecuencias en los proyectos de vidas de distintas generaciones; devaluando tanto la importancia de las formas en que se expanden actualmente y lo continuarán haciendo en el futuro muchos de sus efectos a través de los distintos procesos de la sociedad, así como su potencial de perversión, desvío, cambio o extinción de estos, o las secuelas que dejará en el desarrollo de las estructuras y las culturas de la civilización en Cuba, disuelve y sirve para disolver la cuestión de la responsabilidad.
Incluso en la confusión del shock, en el vapor del hedonismo triste de las decadencias y la angustiosa normalización que precisan los individuos y grupos involucrados para sobrevivir a lo que les es muy agresivo y peligroso, detectar los intereses y movimientos que disuelven la comprensión de la centralidad de la responsabilidad es fundamental.
Una sociedad que es privada de la posibilidad de deslindar las responsabilidades de lo que le ocurre, que no puede acceder por ella misma racionalmente a los datos, juicios y consideraciones que fueron decisivos en las decisiones que lo produjeron, es una sociedad que no entiende lo que le ocurrió, ni cómo llegó a ello.

El problema de las sociedades -al igual que de los individuos- que no logran entender lo que los daña, que no logran identificar la(s) contradicción(es) que desactiva su despliegue y plenitud, le hace disfuncional o protagonista de su autodestrucción, no es ni siquiera que no logre resolverla alguna vez, lo es que pierde su(s) propósito(s).
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