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Por Sergio Barbán Cardero ()

Miami.- Mientras leía la reflexión de mi amigo JR, titulada ‘Verdadero Daño Antropológicj’, me vino a la mente ese inquietante proceso del mundo de las hormigas esclavistas; esas que invaden otros hormigueros, secuestran las crías y las convierten en obreras obedientes que incluso defienden con fanatismo a la reina invasora. En ese instante pensé: ‘lo mismo ha ocurrido con Cuba’.

Las hormigas esclavistas no producen nada por sí mismas. Han perdido hasta la capacidad de alimentarse. Su única función es invadir, secuestrar y parasitar. En Cuba pasa igual. La dictadura se especializó en esclavizar cerebros. Primero lo hizo con el propio pueblo cubano. Luego exportó el modelo a otros países. Al estilo de los insectos parásitos, lo incrustaron en Venezuela, Nicaragua, Colombia, México, Chile, Honduras, Ecuador, Bolivia, Perú, Argentina y El Salvador. Muchos de estos países tienen guerrillas incluidas.

No llegaban para trabajar ni para construir nada, solo para drenar, como parásitos ideológicos, esas naciones.

Y aquí viene lo más tragicómico: muchos esclavos que logran escapar, cuando llegan a Estados Unidos, en lugar de romper con el hormiguero esclavista, entiéndase la dictadura, siguen defendiendo al régimen que los condenó. Como las hormigas secuestradas, se creen parte del nido invasor y lo defienden, incluso cuando están ya fuera del alcance del látigo.

Los del Pan Con Bistec

En el exilio, especialmente en Miami, a ese espécimen humano se le ha bautizado con un nombre digno de zoología revolucionaria: “Emigrante de Pan Con Bistec”.

Son aquellos que, aunque tuvieron la oportunidad de ser libres, reducen su existencia a trabajar, o en muchos casos a inventar actividades ilegales. Luego regresan a Cuba cargados de equipajes como auténticas hormigas esclavas.

Basta con verlos en los aeropuertos. Un solo individuo necesita casi una carreta para arrastrar 7 u 8 bultos de 50 libras cada uno. Estos bultos están cargados de mercancías que no solo sostienen a sus familiares. También terminan alimentando al parásito mayor, el Partido.

Lo mismo ocurre con las remesas: envían 100, pero en Cuba apenas llegan 50 en valor real a su familiar. Esto sucede porque entre los intereses, los intermediarios y los precios inflados, la dictadura se queda con la mitad.

Así, los emigrantes de Pan Con Bistec cumplen a la perfección el rol de la hormiga esclava: trabajan afuera, cargan hasta reventar, y al final sostienen al mismo hormiguero que los esclavizó.

Estas hormigas totalitarias, ya sean insectos o la dictadura, tienen algo en común; sin esclavos no sobreviven. Y mientras exista quien siga dispuesto a servirles, el ciclo de parasitismo se repetirá una y otra vez.

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