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Por Renay Chinea ()
Barcelona.- De muy pequeño me quería largar de Cuba, la isla cárcel. En principio no era por cuestiones ideológicas, como lo fue tempranamente después, sino por la “maldita circunstancia del agua por todas partes”. Padecí sin saberlo el síndrome de Robinson Crusoe: nadie merece estar rodeado de 100 kilómetros de agua salada, y disponer apenas de unos pasitos cortos con que paliar esa desgracia.
Cuando vivía en Ginebra me largaba a Francia. Ginebra, en Suiza, es una isla de tierra rodeada de Francia. Iba a comprar el pan al otro lado y lo cruzaba a pie de un país al otro y del otro a este como un loco. El cielo no era azul, pero había un niño feliz de 30 años, que bailaba el zig-zag de una comba bajo la copa marrón de los altísimos castaños. Hace poco llevé a mis niños allí y volví a cruzar aquella frontera. Es un camino secundario por la Route de Pre-Marais, a Lancy.
Ayer subí a los niños al coche y les dijes:
—Apertréchense bien que vamos a viajar.
—¿A dónde vamos Papá? —preguntó Lucas.
—A donde nos lleven las ruedas… —le dije.
Hay, a orillas de la ruta un pueblo que tiene un famoso balneario de aguas termales: Caldes de Malavella. De allí se extrae el Vichy muy reconocida por su composición química natural. Investigando en Sitges a pedido de Camilo Venegas Yero, sobre la vida del fundador Don Andreu Brugal Muntané, descubrí que esa empresa centenaria, “Vichy”, fue adquirida por empresarios de Santiago de Cuba en época de la colonia.
“Aquis Vocontis”, y también “Aquis Calidae” le pusieron los romanos, quienes se asentaron allí apenas la descubrieron a mitad de camino entre Gerunda y Blandas… (Gerona y Blanes). Y disfruto esa parte de la película en que Pipo muerde el anzuelo, y me pregunta por qué estaban por allí los romanos.
—Vinieron a traer paz y carreteras… Y le hago el cuento de la Vía Augusta.
—Los Romanos no soportaban que el mundo entero no estuviera de fiesta… Y allí donde iban, llevaban pan, vino y focaccias para todo el mundo… (Y Pipo se queda pensando en esa gran autopista que iba desde Cádiz hasta Roma).
Al caer la noche de este hermoso día otoñal, estábamos a la altura de la Seu de Urgell, última ciudad española, al borde de Andorra, y ya la conversación con Pipo iba por la historia de la trucha del Valira, el impuesto político más viejo del mundo, con el cual Andorra pagó su protección a Carlomagno.
En el único Parador que hay en la ciudad, pusimos el “Caballo a pastar”, que así se lo explicó a los niños cuando pongo a cargar el coche. Y en la barra del bar mientras hacemos tiempo, una andaluza con 40 años por estas tierras nos atiende. La gente comete a menudo el error de entrar a un bar y poner sobre la barra sus derechos. Pierde la oportunidad de poner en cambio, su empatía. Sáquele una sonrisa al camarero, y no solo lo notará en el ticket…
La Mari, lleva un distintivo dorado con su nombre sobre el pecho izquierdo: Marilú… Mientras me sirve un café, le pregunto:
—¿Esa “Lú”… le falta la zeta por lo de Mari o por lo Andalú…? ¡Y zaz… se echó a reír!
—¿Y pa que sirven las fronteras? —me preguntó Pipo. Y se me ocurre que la respuesta se la dio Marilú cuando le pedimos nos recomendara donde cenar.
—Váyanse a Andorra, que está a diez minutos, que por aquí no hay nada. Nos dijo, mientras nos invitaba a una caña.
—Claro, hijo: en Andorra te quitan el 4.5 por ciento de impuestos. En España el 21. La noche nos sorprende, y Elina vislumbró una cabaña libre, a orillas del Valira, donde ya no quedan truchas, por donde pasaron los Moros a vérselas cara a cara con los hombres de Carlomagno… ¡Y aquí amanecimos.!