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LaLiga en Miami: el día que un partido de liga se puso a la venta

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Por Yoyo Malagón ()

Madrid.- El partido entre Villarreal y Barcelona que se disputará el 20 de diciembre en Miami es un paso histórico que despeja cualquier duda sobre una cuestión fundamental: el fútbol, al menos el español, ya no es solo un deporte, es un producto de consumo global.

LaLiga, con Javier Tebas a la cabeza, lo celebra como una proyección a una «nueva dimensión», repitiendo que es solo uno de 380 partidos, como si el veneno no fuera cuestión de la dosis, sino de la intención con que se administra.

El Barcelona, con Joan Laporta, habla de «reconectar» con sus fans en un «mercado clave» . Lo que nadie dice con tantas palabras, pero todos entienden, es que el partido se ha vendido. Y en una operación así, siempre hay algo que se rompe, aunque el contrato esté impecable.

Lo que se resquebraja, primero, es el principio más básico de cualquier liga nacional: la igualdad de condiciones. El Villarreal, que según el calendario debería jugar en su Estadio de la Cerámica, deja de tener la ventaja de su campo y de su público.

El Barcelona, por su parte, evade la dificultad de un desplazamiento complicado y se encontrará, en lugar de con la hostilidad de un estadio rival, con lo que Laporta anticipa como «un gran espectáculo» en una ciudad con «una gran comunidad culé«. Es como si en una partida de póker, a uno de los jugadores le permitieran cambiar un comodín por un as en la manga.

Frenkie de Jong, el capitán del Barça, fue quizás el más honesto al respecto: «No es justo para la competición. Ahora jugamos un partido fuera de casa en terreno neutral». Que el jugador estrella de uno de los equipos beneficiados sea quien alce la voz sobre la injusticia deportiva debería ser suficiente para encender todas las alarmas.

El agravio económico

El segundo agravio es, como casi todo hoy, económico. El traslado del partido a Miami no es un acto de caridad; es un negocio. Ambos clubes recibirán un monto sustancial por este viaje, una inyección de dinero que los otros 18 equipos de Primera División no recibirán. Esto introduce una distorsión financiera en una competición donde la lucha, muchas veces, es por la supervivencia económica.

No es lo mismo pelear por la permanencia o un puesto en Europa cuando tu rival directo ha ingresado varios millones extra por protagonizar un espectáculo en el extranjero al que tú no fuiste invitado. La liga deja de ser, en ese instante, una competición deportiva con reglas financieras comunes para convertirse en un reality show donde los más populares cobran por aparecer.

Suele argumentarse, para darle un barniz de normalidad a esto, que las ligas estadounidenses como la NFL, la MLB o la NBA ya llevan años jugando partidos en el extranjero. Es cierto. Pero lo que se omite es la diferencia estructural crucial: la MLB, la NFL, la NBA y la MLS tienen una postemporada (play-offs) que define a su campeón.

Los partidos que disputan en Londres o México son siempre en la temporada regular; nunca, en la fase decisiva, se jugaría un partido de play-offs en una sede neutral fuera de su territorio. Esa es la salvaguarda que mantiene la pureza competitiva en el momento de la verdad.

LaLiga, en cambio, es una competición de liga donde cada partido, del primero al último, es un final en sí mismo. Alterar la localía de uno de ellos, por muy espectacular que sea el escenario, es como cambiar las reglas a mitad de la temporada. La UEFA, de hecho, ha autorizado este partido de forma «excepcional» y «lamentable», culpando a la falta de reglas claras de la FIFA y dejando claro que no debe sentar un precedente.

El dinero por encima de todo

Detrás de toda esta operación está la mano de Relevent Sports, el grupo propietario de los Miami Dolphins de la NFL, que durante años ha luchado en los tribunales para hacer esto posible. Su victoria legal ha despejado el camino, pero no la polémica. La Asociación Española de Futbolistas (AFE) y grupos de aficionados han mostrado su rechazo, advirtiendo que este movimiento «distorsiona» la competición y daña el vínculo sagrado entre un club y su comunidad local.

Mientras, el Real Madrid, a través de un comunicado, ya ha expresado su malestar, argumentando que esta decisión «vulnera el principio esencial de reciprocidad territorial». Es la constatación de que la grieta que este partido abre es tan profunda que hasta divide a los gigantes.

Al final, el partido en Miami será, probablemente, un éxito. El estadio se llenará, las camisetas del Barça coparán las gradas, las televisiones venderán sus anuncios y los clubes ingresarán su cheque. Todo el mundo parecerá feliz en esta fiesta del fútbol globalizado. Pero bajo el brillo del espectáculo, quedará la sensación amarga de que se ha cruzado una línea.

Se habrá demostrado que un partido de liga, un trozo de la esencia de una competición que se supone territorial y nacional, puede ser trasplantado a otro continente por razones comerciales. Y que, una vez que eso pasa, el deporte ya no vuelve a ser el mismo. Se convierte en otra cosa, y no hace falta ser Nostradamus para saber que, en esa nueva cosa, el dinero siempre tendrá más peso que la sportividad.

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