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Miami.- El atropello múltiple ocurrido en La Habana el pasado 25 de agosto no solo dejó víctimas mortales y heridos. También destapó, una vez más, la falta de transparencia y la manipulación informativa de los medios oficiales cubanos.
Durante 11 días completos, el régimen ocultó la identidad del responsable. Se trata del ciudadano italiano Mario Pontolillo, de 56 años, residente permanente en la isla. Al ocultar esta información, se alimentaron rumores y especulaciones inevitables en una sociedad a la que se le niega sistemáticamente el derecho a la información veraz y oportuna.
Antes de leer el comunicado oficial de la Fiscalía General de la República, la televisión estatal lanzó un ataque directo a Estados Unidos. Acusó a ese país de financiar a medios independientes y de ser responsable de una supuesta campaña de manipulación sobre la identidad del asesino. Con ello, el régimen intentó desviar la atención. En vez de explicar por qué se ocultó la verdad durante más de una semana, eligió recurrir a la retórica gastada del “enemigo externo”.
Lo irónico es que la desinformación nació de la censura oficial. Si el dato fundamental (la identidad del acusado) se hubiera comunicado desde el primer día, no habría existido espacio para rumores ni especulaciones.
Ahora en la lectura del comunicado de la Fiscalía, colocan en un segundo plano la información crucial sobre el acusado. En cambio, centra sus esfuerzos en desacreditar a la prensa del exilio y a los medios alternativos. Tratan de culparlos por un vacío informativo creado exclusivamente por la censura del propio régimen.
Este episodio evidencia dos cosas:
1-Que los medios oficiales no cumplen una función periodística, sino que administran la verdad según conveniencia política.
2-Que la ciudadanía cubana, dentro y fuera de la isla, no puede confiar en ellos como fuente confiable. Esto es porque subordinan los hechos a la narrativa ideológica dictada desde arriba.
Mientras el pueblo exige justicia y transparencia, la maquinaria propagandística prefiere apuntar contra Estados Unidos y contra los periodistas independientes antes que reconocer su propio silencio cómplice.
En primera fila de esa manipulación aparece Canal Caribe. Este canal se ha convertido en un vocero servil de la dictadura. Confunde información con propaganda y usa la desgracia de las víctimas para atacar a quienes buscan la verdad.
El verdadero problema no está en Miami, ni en Washington, ni en la prensa independiente. Está en La Habana oficial, donde se calla, se esconde y se miente. Esto condena a los cubanos a vivir en una isla donde hasta la verdad necesita permiso del Partido para ser dicha.