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Por Anette Espinosa ()
Aquí estoy, con el pelo revuelto y la indignación a punto, porque hay cosas que no se le pueden hacer ni al más pintao. Hay que tener mucho morro, mucho descaro, para querer tapar el sol con un dedo y echarle la culpa a una pastillita que ni estaba vencida ni era el problema. El Ministerio se ha lucido esta vez, pero con una luz que apesta a podrido, a mentira institucional, a protocolo que se cae a pedazos como un almendruco viejo.
La señora Malena lo ha dicho claro, con el dolor pegao al alma: el niño se quejó de un dolor de estómago, le dio media pastilla de ese Paracetamol mexicano que medio Cuba conoce. Y ojo, con fecha bien clara, 2027, nuevo, de paquete. Hasta le dio al primo y los dos siguieron tan panchos, jugando, comiendo, como si na’. ¿Dónde está ahí el medicamento vencido, eh? ¿En qué cajón se inventaron ese cuento? Es más fácil culpar a una caja que asumir las negligencias, esa es la verdadera medicina caduca.
Y luego vino el calvario en el policlínico. Eso sí que es para echarse a temblar. El niño con 40.9 de fiebre y la enfermera mandando a sentarse, como si esperara el guagua. Treinta minutos crucificados en una silla, viendo cómo la fiebre subía y nadie movía un dedo. Hasta que el niño convulsiona delante de ellos, y la doctora, más pendiente del Facebook que del pequeño, le dice que eso es normal. ¡Que si convulsionar y orinarse es normal, entonces yo soy el Rey de España! Ahí fue cuando se espabilaron, cuando ya era tarde.
Lo fuerte vino después. La inyección de dipirona. La familia, con historial de alergias, lo sospecha desde el minuto uno. Y un médico de por ahí, el doctor Serrano, les da la razón: eso pinta a shock anafiláctico de libro. Lo que había que hacer era adrenalina y antihistamínico, no dejar que el niño tuviera ocho convulsiones en una hora. Pero claro, es más fácil decir después que la culpa fue de una pastilla que la madre dio en su casa, que la negligencia que cometieron ellos dentro de la institución.
Para rematar el drama, la pediatra con experiencia llega y lo ve claro: hay que intubar. Pero oh, sorpresa, el policlínico no tiene el equipo. ¿Y entonces? Ambulancia, desesperación, y el niño se apaga en el camino. Y mientras, el primo, que tomó de la misma pastilla, está grave pero vivo en intensivos, con neumonía bacteriana. ¿No les parece raro? Si la pastilla fuera el veneno, los dos estarían igual. Aquí hay un virus o una bacteria dando vueltas que el Minsap no quiere reconocer.
Al final, la abuela fue al mismo policlínico con fiebre y se encontró con ocho personas más con lo mismo. Eso no es un medicamento vencido, eso es un brote que no controlan. Inventarse una excusa tan barata para cubrir la falta de recursos, la desidia en la guardia y la terrible cadena de errores que le costó la vida a un niño, es de una bajeza infinita. A la señora Malena le mataron el hijo y encima le mancharon su nombre con una mentira. Eso, en la calle donde yo me crié, no se le hace a nadie.