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Por Tania Tasé ()
Berlín.- Casi nunca hablo públicamente de mi vida aquí en Alemania. Sólo a veces de la familia, cumpleaños, conversaciones con mi nieto mayor, un viajecito fugaz de vacaciones, cositas así. Realmente no sé por qué, es posible que tenga cierto pudor de exhibir mi bienestar ante los que me leen, los que en su gran mayoría viven aún en la Isla de la Tristeza. O quizá porque siempre hay cosas urgentes que denunciar. No sé sinceramente la razón.
Como tampoco sé por qué precisamente hoy voy a hablar de una de mis vecinas alemanas del edificio donde vivo hace más de 12 años.
Siempre pensé que ella tendría mi edad o tal vez un par de años menos. Soy bastante mala en eso de calcular edades según el aspecto de las personas, pero en este caso estaba segura de mi impresión.
Mi vecina, a la que voy a llamar S, anda todo el tiempo, sin importar si hay calor o frío o si es de día o de noche con unas enormes gafas oscuras que le cubren más de la mitad del rostro. Por más que le exijo a mi memoria, no logro recordarla sin esos espejuelos.
Aquí uno no ve a los vecinos todos los días, ni se meten a tu casa o tú a la de ellos como sucede en Cuba. Los encuentros suceden en la escalera, botando la basura u ocasionalmente en la parada del bus y el tranvía. Nunca estoy muy segura si a quien saludo es realmente mi vecino. Esa soy yo, que siempre tengo la cabeza en otro lado y soy además muy mala fisonomista. Pero uno los oye. Sobre todo cuando el tiempo permite tener las ventanas entreabiertas.
Sin embargo a esta vecina la reconozco inmediatamente, incluso a larga distancia. Casi todos los días coincidimos, porque ella llega del trabajo justo cuando yo voy saliendo a trabajar. Es inconfundible: anda doblada, un poco jorobada como si tuviera dolor en la espalda y sobre todo, por los espejuelos.
Tardé poco en enterarme del motivo de esa manía: el marido la muele a golpes un día no y tres sí. Eso al principio me confundía porque una no espera encontrar aquí en el siglo XXI una mujer alemana que se deje violentar así. Las mujeres aquí son muy independientes, pisan fuerte y trabajan en todos los oficios y profesiones. Después supe que eso es tan cliché, como pensar que todas las mujeres árabes o latinas se dejan golpear.
El caso es que a S le grita y golpea su abusador esposo cotidianamente. Hasta con sistema, diría yo. Contrariamente a lo que nos han metido a los cubanos en la cabeza, que en países como estos a nadie le importa el otro, tuve la experiencia de ver cómo otros vecinos míos han intercedido por S y han llamado a la policía cuando sienten los gritos y la golpiza. En vano todo, los policías se lo llevan, lo sueltan en unas horas, el tipo se está unos días tranquilo y luego todo vuelve a empezar.
A mediados de la semana pasada llegué a casa después del trabajo, cansada y justo cuando quería dormir, escuché ruido de muchos pasos pesados y voces desconocidas y altas (aquí la gente habla por lo general, bajito). Por eso me asombré mucho. Luego tuve como un flashcback, creí recordar que cuando estaba en el baño preparándome para acostarme, había oído una sirena. ¿Saben? A veces oyes algo y tu cerebro agotado no lo registra, luego lo recuerdas de golpe. Así que me dije: coño, ve a ver qué pasa, no vaya a ser que se esté quemando el edificio y tú en tu sonsera ni te enteras.
Abrí la puerta en el momento justo que bajaban al marido de S en una camilla y los paramédicos tuvieron que usar desfibrilador en pleno pasillo. El tipo se veía realmente en muy malas condiciones. Iba a entrar a mi casa otra vez para no ser indiscreta cuando vi a S toda despeinada, en pantuflas, con un abrigo sobre el pijama, pero con sus eternas gafas oscuras cubriéndole toda la cara. Me miró y me dijo: Hallo, Frau Tasé. Y yo sentí las orejas muy calientes y toda la cara hirviendo. Y me dije: ¡ah, carajo, ahora soy la chismosa de la escalera! Entré a toda prisa, cerré mi puerta pero no pude dormir. Soy muy impresionable para esas cosas, aunque el tipo no me da la menor lástima. Luego olvidé todo, sólo andaba mirando noticias de Melissa y de Cuba.
Hoy en la mañana temprano, regresaba a casa y me topo con S. Me saluda y le pregunto por el marido, con pena, nunca sé qué es correcto preguntar aquí o no, para no ser indiscreta o peor aún, insensible. S sonrió y me dijo con mucha calma: el querido Dios ha hecho su trabajo. De momento no entendí, o sea, entendí lo que dijo, pero no el significado.
Y de pronto: ¡ah, caramba, el tipo se fue, reventó! Ya no va a golpearla más. Alcancé a darle mi pésame. ¡Mierda! Nunca sé hacer esas cosas. ¡Qué torpe soy! Además, me confundía su sonrisa y el comprender súbitamente que es una mujer hermosa y por lo menos 20 años más joven que yo.
Y por primera vez en más de una década no la vi doblada y pude ver sus ojos. Porque esta vez, esta única vez no usaba las espantosas gafas oscuras.