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La utopía que devora la ciudad: Zohran Mamdani y el coste de un experimento socialista

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Por Jorge L. León (Historiador y economista)

Nueva York hacia el abismo

La elección de Zohran Mamdani como alcalde de Nueva York ha despertado tanto curiosidad como alarma. Con un discurso envuelto en promesas de justicia social y equidad económica, el joven político de origen musulmán logró conquistar a un electorado sediento de cambios, pero poco consciente de las consecuencias económicas de su voto.

Su programa, presentado como una epopeya progresista, descansa sobre una sucesión de propuestas que ignoran la estructura misma de la economía urbana. Donald Trump lo definió sin rodeos como “un lunático comunista al 100 %”, una frase que, aunque tajante, expresa el desconcierto de quienes advierten que detrás de cada ideal de Mamdani se esconde un precipicio fiscal.

El nuevo alcalde ha prometido congelar los alquileres de un millón de viviendas reguladas, elevar el salario mínimo a treinta dólares por hora, crear una red de tiendas de comestibles propiedad de la ciudad, ofrecer transporte público gratuito, instaurar un sistema universal de cuidado infantil y construir doscientas mil viviendas asequibles.

Son medidas que, en apariencia, suenan a redención social; en la práctica, son una bomba de tiempo. Nueva York es una metrópolis sostenida por un equilibrio frágil entre impuestos, inversión privada y servicios públicos. Cualquier alteración brusca de ese equilibrio —como el congelamiento de alquileres o la elevación forzada de salarios— puede provocar una huida masiva de capital, el colapso del mercado inmobiliario y un aumento del desempleo. Es lo que ha llamado el voto en el pantano.

Los riesgos de los planes de Mamdani

Congelar los alquileres puede parecer un alivio inmediato para los inquilinos, pero destruye el incentivo para mantener, reparar o construir nuevas viviendas. En los años setenta, medidas similares llevaron a miles de edificios abandonados y a un deterioro urbano generalizado.

El salario mínimo de treinta dólares por hora, por su parte, podría cerrar decenas de pequeños negocios incapaces de soportar ese incremento. La red de tiendas municipales, inspirada en modelos de economía planificada, exigiría subsidios permanentes para sobrevivir frente a la competencia privada; el transporte gratuito generaría un déficit colosal en el sistema de movilidad ya endeudado; y la construcción masiva de viviendas públicas, aunque popular en los discursos, es irreal sin endeudamiento estatal o un aumento brutal de los impuestos a las corporaciones.

Los defensores de Mamdani confían en que el incremento de impuestos a los ricos y a las empresas financiará este universo de gratuidades. Sin embargo, la historia fiscal de la ciudad demuestra que, cuando las cargas tributarias se disparan, las grandes fortunas se trasladan a otros estados con menor presión impositiva.

Nueva York podría repetir el éxodo empresarial que en los años ochenta vació su base industrial. Las cifras no mienten: cada punto porcentual de aumento en el impuesto corporativo reduce en promedio un dos por ciento la inversión privada. Sin inversión no hay empleo, y sin empleo se hunden los ingresos que sostienen las políticas sociales. Es la paradoja del populismo económico: Se promete abundancia y se obtiene escasez.

Sueños inalcanzables

El proyecto de Mamdani también pretende reemplazar parcialmente la función policial por un Departamento de Seguridad Comunitaria. Es una medida simbólica más que práctica. Las ciudades con mayor densidad y desigualdad necesitan orden, no desmantelamiento de la autoridad. Reorientar fondos policiales hacia programas sociales puede sonar humano, pero deja a la ciudad más vulnerable al crimen y a la inseguridad, males que ninguna utopía logra disimular por mucho tiempo.

Quienes lo apoyaron —jóvenes idealistas ,universitario en su casi totalidad, empachados de ideologías populistas , sectores de izquierda agrupados en los Socialistas Democráticos de América, y una parte del electorado minoritario harto del sistema tradicional— no votaron un plan económico, sino una esperanza. Esa esperanza, sin embargo, no paga salarios, no construye viviendas ni estabiliza presupuestos. La economía urbana no se gobierna con consignas, sino con disciplina y realismo.

El programa de Mamdani es, en esencia, un catálogo de sueños inalcanzables. La ciudad que lo eligió despertará pronto del hechizo. Las promesas de gratuidad universal y redistribución inmediata chocarán con los números: déficit, fuga de capitales, pérdida de empleos y deterioro de los servicios básicos. Así suele acabar cada experimento inspirado en el socialismo: empieza con la palabra “igualdad” y termina con la escasez. Nueva York, bajo Mamdani, podría convertirse en el laboratorio de una pesadilla comunista moderna, donde los sueños de justicia se disuelven entre deudas y desencanto. Quizas, pueda esta pesadilla, terminar con el menor dano posible.

El tiempo, más que los discursos, pondrá a prueba la viabilidad de su modelo. Pero la historia es implacable con los dogmas: cuando la ideología suplanta la realidad, la realidad se encarga de ajustar las cuentas. Y entonces, las utopías —como las de Mamdani— dejan de ser esperanza para convertirse en advertencia.

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