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Por Reynaldo Medina Hernández ()

La Habana.- Este es el título de una novela de Stephen King, llevada al cine.

En la trama, desde la tétrica edificación, de naturaleza tanto física como metafórica, centro de convergencia de todos los universos, amenaza un poder maligno que envilece y destruye al mundo.

Por eso los héroes de la historia, encabezados por El Pistolero, quieren destruirla.

Casi tres décadas antes, J. R. R. Tolkien escribió «El señor de los anillos», también versionada en el cine.

Allí encontramos a Barad-dûr (significa ‘la torre oscura’ en idioma sindarin). Es la fortaleza principal del tenebroso Saurón, ubicada al norte de Mordor.

En lo más alto está el temible ojo de Saurón, que localiza a los enemigos en la distancia. Hombres, enanos, hobbits, elfos y otros habitantes de la Tierra Media se unen para destruirla.

Los cubanos tenemos nuestra propia torre oscura, la de 23 y K, sí, la tan llevada y traída.

Desde ella no se gestan planes malignos contra la humanidad, ni tampoco los cubanos quieren derribarla, pero ha sido tanta la polémica en torno a ella desde el mismo momento en que empezó a levantarse, que me atrevo a afirmar que es tan odiada como las torres de King y Tolkien.

Pero, ¿por qué la llamo «torre oscura»? Su inauguración estaba anunciada para mediados de enero, pero, llegada la fecha no pasó nada.

Se inauguró repentinamente a finales de febrero, sin bombos ni platillos.

Fue más bien un acto discreto, sin la presencia de autoridades importantes, ni mucha repercusión mediática, como si estuvieran avergonzados de lo que hacían.

Como ya he contado, desde mi apartamento en Santos Suárez la vi crecer en la distancia.

La oscuridad y la visita de Kevinc Costner

Durante meses, ya alcanzada su altura total y en espera de su definitiva terminación y del acto inaugural, permaneció oscura en mi horizonte.

Solo destacaban en su cima las luces de advertencia para los aviones.

Una noche me sorprendió verla totalmente iluminada, parecía una lámpara recargable. ¡Por fin la habían inaugurado!

La imaginé llena de turistas que recorrían sus lujosas dependencias, comiendo y bebiendo como antiguos vikingos.

Pero a la noche siguiente, y a la otra, y a la otra, volvió a estar oscura.

Entonces comencé a leer noticias sobre su escasa ocupación, quejas de huéspedes porque no había jugos naturales, ni pan, ni pasteles, no funcionaban los ascensores, llegó un apagón y demoró mucho en arrancar la planta…

Hubo una excepción. Fue en los días en que Kevin Costner andaba por La Habana.

Había una sección iluminada, un poco más arriba de la mitad. A modo de jodedera, comenté: «En ese piso está hospedado Kevin Costner, que es el único huésped en el hotel».

A la noche siguiente el edificio estaba oscuro otra vez. Y concluí la jodedera diciendo: «Kevin Costner se fue echando».

Aunque algún día vuelva a estar iluminado de arriba a abajo, como la noche inaugural, hay tanta oscuridad y morbo alrededor de ese edificio (inconformidad del pueblo por haberse hecho esa inversión teniendo el país tantas necesidades, otro hotel para permanecer vacío, mientras el país se cae a pedazos; la lluvia de críticas, desde el punto de vista constructivo y urbanístico, hecha por reconocidas autoridades en la materia; y sobre todo, la falta de transparencia, el habitual secretismo que aún lo envuelve: solo se sabe que es una inversión 100 % cubana, de GAESA, por supuesto, pero se desconoce el costo, estimado entre 200 y 500 millones e US$), oficialmente nombrado Iberostar Selection La Habana, llamado por algunos el Mirador de la Miseria, pero, definitivamente bautizado por el pueblo desde el primer día como torre López-Calleja, que para mí será siempre, la torre oscura.

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