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Por Datos Históricos
La Habana.- A finales de los años ‘ 50, la ciencia creyó haber encontrado un milagro. Una pastilla pequeña, inofensiva, que prometía aliviar las náuseas del embarazo y regalar sueño tranquilo a miles de mujeres.
Su nombre era talidomida. Su promesa, bienestar. Se vendía sin receta en farmacias de todo el mundo.
No parecía peligrosa. No se investigó lo suficiente. Nadie hizo las preguntas adecuadas.
Y cuando llegaron las respuestas… fue demasiado tarde.
Los primeros avisos no vinieron de laboratorios, sino de las cunas. Miles de bebés nacieron con brazos atrofiados, piernas ausentes, ojos vacíos, órganos deformados.
Los médicos estaban desconcertados. Pero había un hilo invisible que los unía: sus madres habían tomado talidomida durante el embarazo.
Más de 10.000 niños fueron afectados en al menos 40 países. Muchos murieron. Los que sobrevivieron enfrentaron operaciones, burlas, abandono y el peso de un cuerpo marcado por una decisión que no tomaron.
La talidomida se convirtió en uno de los mayores desastres farmacéuticos de la historia. Y también, en un símbolo de advertencia: cuando la ciencia olvida la ética, cuando el lucro ignora la responsabilidad, las consecuencias son irreparables.
Hoy, esta droga aún existe, usada con extrema precaución en enfermedades como la lepra o el cáncer.
Pero su nombre lleva una cicatriz profunda, una que atraviesa generaciones. Porque la medicina que no cuida, puede herir.
Y la historia que no se recuerda, se repite.