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Por Irán Capote
Pinar del Río.- Cuando llegué a hacer las pruebas de aptitud para entrar al Instituto Superior de Arte (ISA), la primera cara que me recibió fue la de este señor.
Ya no debe acordarse, porque yo era un muchachito más (flaquito cuando aquello), de los que iban a probar suerte en aquellos exámenes.
En aquel año se presentaron muchos aspirantes a la convocatoria y en medio de la confusión del primer día, alguien me dijo: “ Todo eso que estás preguntado es con Eberto García Abreu.” Y el nombre resonó dentro de mí, porque aunque no sabía ni cómo era su cara, ya lo había leído bastante -no lo suficiente- mientras me preparaba para presentarme a aquellas pruebas. Ya él era todo un mito por su exigencia y por el rigor con sus alumnos.
Pánico tuve. Lo vi, me vio, me entregó un libro de teatro y me dijo: “Tienes que leerte esta obra para ya, porque es lo que vamos a analizar en el examen.”
Y ahí empezó la pelea.
Yo no había leído mucho hasta ese entonces. Sucede que uno viene lleno de malos vicios formativos. Y el ISA te mete un pie de fuerza desde el primer día. Tienes que leer sí o sí. Y exponer. Y analizar. Y demostrar que entiendes y que eres capaz de tener tu propia visión sobre el asunto.
Bueno, pasé los exámenes y me aprobaron. Y tuve que luchar duro contra el guajirito dormido que llevaba dentro.
Desde el primer año, ya todos te lo advertían: “Deja que Eberto te toque en Metodología de la Investigación Teatral”.
Recuerdo aquellas madrugadas en las que cogí una crisis de gastritis tomando café y leyendo la extensa y profunda bibliografía para terminar el semestre
Yo perdía pelo, por el pánico que le tenía a aquel profesor al que luego cogí un cariño inmenso y a quien le agradeceré siempre que me enseñara a leer el teatro de verdad y no pasivamente.
Pasar por el filtro de Eberto determinaba un antes y un después para los estudiantes de las carreras Teatrología y Dramaturgia en la Facultad de Arte Teatral.
Porque además, ha vivido momentos fundacionales de los principales pilares que sostienen el teatro cubano contemporáneo.
Desde entonces, Eberto es uno de los que más escucho cuando me enfrento a un proceso nuevo. Y no puedo esquivar que me jale las orejas, que me ponga un bafle, que me diga : “¡Céntrate, chico!”. Siempre está ahí, al tanto: “¿Qué estás investigando? ¿Qué estás escribiendo?”. Como si todavía yo estuviera estudiando en la Facultad.
Es una pena que ya no esté ahí, haciendo de la facultad un hervidero de pensamiento y construcción teatral, siendo un puente más fuerte que el puente del Río Quibú.
Gracias por todo, querido Eberto.
Que tengas un cumpleaños feliz junto a tus nuevos estudiantes mexicanos.
¡Qué suerte tienen al tenerte ahí con ellos, chico!