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Por Hermes Entenza ()
Nuremberg .- Arriba, corazones, que los cubanos tenemos fama de solidarios, ¿Verdad? Eso es lo que dicen por el mundo, y lo asumimos con orgullo. Esto ocurre cuando hablan de la capacidad que tenemos en el calvario de nuestra histórica escasez, para intercambiar, de un balcón a otro, media libra de azúcar y par de cucharadas de aceite.
¡Claro, vecino, cuente conmigo; aquí estamos para servirnos! Decimos con orgullo. No mentimos, es real; los cubanos somos gente noble, y hemos vivido más de una vez ese espíritu que nos une en la desgracia.
Vamos a ver ahora cómo va esa solidaridad. Vamos a ver si nos repartimos el dolor al ver morir a Zoila Esther Chávez. Ella partió sin poder ver a su hijo, el intelectual José Gabriel Barrenechea Chávez, porque está en prisión. Esto es nada más y nada menos que por salir a la calle a protestar por los apagones, los apagones en su casa, en la tuya, en la de mi familia y en la de todos los cubanos.
Que no se diga, que no se diga que después de repartirnos azúcar y aceite, no vamos a repartir un poco de solidaridad con Gabriel Barrenechea. Él es un hombre decente que gritó por todos en defensa de nuestros derechos.
La anciana Zoila descansa de tanta ruindad. Nosotros, los vivos, somos los que vamos muy mal si seguimos aguantando tantas atrocidades. Estamos viendo en silencio cómo se derrumba la moral en nuestra patria.
Hoy el presidente cubano está en Rusia con su esposa y su séquito besándole los pies a Vladímir Putin. Quizás, por el elevado tráfico de información en las redes sociales sobre el caso de Zoila, en algún momento un funcionario de su comitiva le diga al oído: ‘Presidente, la vieja aquella murió’.
Entonces Miguel Díaz-Canel lo mirará y le dirá: ‘Ok, gracias’. Seguidamente se sumergirá en sus párrafos de elogio a la gran potencia rusa. En 10 segundos olvidará a esa cubana para siempre, y en unos años llegará a la vejez sin entender que la principal cualidad del ser humano, es la bondad.