Enter your email address below and subscribe to our newsletter

La sinfonía del desespero, o noche de cacerolas en Cuba

Comparte esta noticia

Por Anette Espinosa ()

La Habana.- Fue una noche de caceroladas fantasmas, un coro desarticulado que surgió desde la oscuridad. No en una plaza, sino en decenas de calles a la vez. El sonido hueco y metálico de cucharas contra ollas vacías resonó en barrios de Baracoa, allá en Guantánamo, aún tratando de levantarse de los derrumbes; retumbó en los pasillos estrechos de edificios de Marianao y 10 de Octubre, en La Habana.

No era una convocatoria organizada, sino un síntoma: el pulso colectivo de un pueblo que ha agotado el umbral del aguante. Cada toque era un morse de frustración, el único lenguaje que le queda a una ciudadanía a la que le han robado hasta la protesta.

Este no es un reclamo político abstracto, es la primal demanda de la civilización: luz. Exigir electricidad en el siglo XXI es como pedir agua o aire, y sin embargo, el régimen ha convertido este servicio básico en un privilegio esporádico.

Ver vídeo: (https://www.facebook.com/reel/1861561911422424)

La advertencia del ministro Vicente de la O, admitiendo que “2026 también será un año duro”, no es un diagnóstico, es una sentencia y una confesión de impotencia. Anuncia más años de penumbra, más alimentos echados a perder, más noches sin ventiladores bajo un calor tropical asfixiante, más estudios a la luz de velas. Es la crónica de un colapso anunciado y administrado con brutal incompetencia.

A la cacofonía del descontento se unió, en algún rincón de La Habana, un elemento nuevo y profundamente simbólico: el repique lento y grave de campanas de iglesia. Era un duelo. Esa conjunción—el ruido secular de la protesta callejera y el sonido sacro de la lamentación—pinta el cuadro perfecto de una nación en vísperas de un sepelio. Ya no es solo la cazuela por la comida, es la campana por el alma de un país que se apaga. El mensaje ya no cabe en consignas; se ha expandido hasta volverse un ruego existencial, una última alerta antes del estallido.

Ver vídeo: (https://www.facebook.com/reel/832621856418167)

La crisis y la cercanía del estallido total

Detrás de esta efervescencia nocturna hay una realidad diurna de terror silencioso. La represión no duerme. Los actos de repudio digital, las citaciones de la Seguridad del Estado, los arrestos preventivos y la maquinaria de la Ley 88 están listos para descargar sobre cualquier chispa que intente convertirse en llama. El régimen invierte más en policía política que en generación eléctrica; prefiere apagar a su pueblo antes que encender un megavatio. Es un cálculo perverso: mantener a la población tan ocupada sobreviviendo—buscando comida, agua, medicinas—que no le queden energías para rebelarse.

Ver vídeo: (https://www.facebook.com/reel/1968046044124548)

La crisis es total, un círculo vicioso de miseria. Los apagones crónicos destruyen la poca industria nacional y ahuyentan el turismo, profundizando la escasez. El hambre no es metáfora: es la dieta de arroz, frijoles y desesperanza que compone el menú familiar. El sistema de salud, antaño bandera, hoy es un escenario de horror: hospitales a oscuras, quirófanos inoperantes, una diáspora médica que ha vaciado las salas de profesionales y una escasez de medicamentos que convierte diagnósticos tratables en sentencias de muerte. El gobierno no gestiona una crisis, gestiona la decadencia.

El estallido social no es una predicción; es una ecuación física. Presión constante, espacio de fuga cero, combustible de indignación acumulada. Cada noche a oscuras es un grado más de temperatura. Cada olla vacía que se golpea es una vibración que debilita los cimientos. La cacerolada de anoche no fue un evento aislado, fue el ensayo general. La esquina de la que habla el pueblo no es una calle cualquiera; es el punto de no retorno. Y cuando se doble, no habrá ministro, advertencia o represor capaz de contener lo que viene. La historia toca a la puerta con el ritmo sordo de una cuchara contra el fondo vacío de una olla.

Deja un comentario