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Por Eduardo Díaz Delgado ()
La situación en Cuba está al rojo vivo. La gente está molesta, harta, indignada. Y como si le faltara leña al fuego, llega ETECSA con su tarifazo disfrazado de medida técnica, pero con el claro propósito de callar a la gente. Porque eso es lo que realmente les preocupa: la voz de un pueblo conectado, la viralidad de la rabia y el poder de la palabra compartida.
Hace más de un año le dije a un amigo: si en EEUU ganan los demócratas, abrirán la puerta otra vez; si ganan los republicanos, el gobierno cubano va a querer encerrarse como Corea del Norte. Pero el verdadero enemigo de la dictadura no es Washington, es el pueblo conectado.
Díaz-Canel dijo que iban a echar la batalla en las redes y que la iban a ganar. Y como siempre que él dice algo pasa lo contrario, era cuestión de tiempo para que este ataque al acceso a internet ocurriera. Porque esa batalla, la de las redes, la están perdiendo todos los días. Las clarias ya no ladran, maúllan de vergüenza, no tienen de qué hablar ni con qué.
Y ahora, con este tarifazo, algo nuevo está pasando. Se ha convocado un parón que no ha sido idea de ningún partido ni influencer, sino de la gente. Y no cualquier gente: cubanos de adentro, de afuera, los que nunca hablaban de política, los que aguantaban callados, los que ya no tienen nada que perder. Porque cuando uno ya no tiene nada, ni miedo, entonces sí empieza a hablar claro y a ponérselo oscuro al departamento ideológico del comité central.
Y la respuesta del régimen ha sido tan torpe como reveladora. Saltan de pronto figuras que jamás emiten opinión sin permiso del alto mando, como Pedro J. Velázquez y el eterno vocero con guitarra, Israel Rojas. Si todos esos oficialistas de línea dura se han visto obligados a decir algo, es porque el ruido ha sido demasiado grande para ignorarlo. Esta vez no se trata de un tarifazo para recaudar dólares: se trata de quitarle a la gente el único lugar donde todavía pueden hablar sin pedir permiso. Internet se ha convertido en el virus más letal para el discurso de la dictadura, y ellos lo saben.
Y en medio de todo esto, ocurre lo impensable: la FEU de Matcom se pronuncia. Con un tono inusualmente directo, incómodo, revelador. Luego se suman otras facultades con mensajes más cuidados, menos confrontativos, pero igual de significativos. Es probable que varias de esas declaraciones hayan sido canalizadas, encauzadas, suavizadas. Aun así, reflejan malestar real. No surgen de la nada.
Detrás de cada comunicado hay estudiantes que sienten, que observan, que se indignan. Y luego, como cierre del teatro, aparece la FEU nacional con su comunicado oficial, lleno de frases gastadas, apelando al diálogo con el gobierno, a la “escucha atenta” de las instituciones. Esa sí es una maniobra autorizada. El típico “nosotros también estamos inconformes, pero dentro del marco de la revolución”. Lo de siempre. Pero esa es la que van a usar después para decir que “el gobierno escucha al pueblo”.
Porque esta es la jugada: no pueden oponerse de frente a una indignación tan visible, tan viral. Solo pueden intentar fingir que la entendieron. Que ya están en eso. Que ya están gestionando soluciones. Y mucha gente se da cuenta de esto, lo ve venir, lo denuncia. Pero algunos lo ven como prueba de que nada vale la pena, que todo está controlado. Y no. Ese es justo el error. Ese es el discurso que el régimen quiere que repitas.
Lo importante aquí no es que todo sea espontáneo, puro y perfecto. Lo importante es que hay fuego. Hay bronca genuina, aunque traten de taparla con humo. Hay estudiantes firmando textos. También hay personas diciendo cosas que nunca se atrevían a decir. Hay sincronía. Y esa sincronía es oro. Es exactamente lo que más teme el poder: una ciudadanía que, sin líderes ni convocatorias formales, se alinea emocionalmente, se comunica, se acompaña, se organiza.
Porque ahora mismo, cualquier convocatoria sería volátil y efectiva. Porque hay gente que está pidiendo sacrificios reales para que algo cambie. Sobre todo porque por primera vez en mucho tiempo se percibe un amor propio despierto, una valoración digna, una masa crítica harta de ser usada y estafada.
Las declaraciones que se han hecho virales, por muy polémicas que parezcan, son reflejo de lo que sienten muchos dentro de esas organizaciones. Aunque sean dirigidas, aunque no lo sean, no saldrían si no hubiera una presión real. Y esa inercia, esa fuerza que por un segundo ha empujado a todos en la misma dirección, hay que aprovecharla. Sería un error histórico, de histéricos, dejarla pasar.
Este es uno de esos momentos en que el cubano promedio no está esperando que lo salven: está esperando que no lo traicionen.