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La Sheinbaum quiere financiar la esclavitud cubana de batas blancas

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Por Yeison Derulo

La Habana.- Una vez más, el castrismo se vende como potencia médica. Esta vez el escenario es México, donde Claudia Sheinbaum anuncia que continuará el convenio con La Habana para importar médicos y un supuesto medicamento milagroso contra el pie diabético. Hablan de un “esquema exitoso” para evitar amputaciones, pero lo que no dicen es que en los hospitales cubanos falta hasta una jeringuilla.

La llamada “potencia médica” es puro cuento: ni en La Habana ni en Santiago encuentras analgésicos básicos, y la atención primaria se desploma cada día.

El negocio es claro. Cuba no exporta solidaridad, exporta esclavos de bata blanca. Esos médicos que llegan a México son profesionales sometidos a un esquema de explotación: el gobierno les quita entre el 70 y el 90 % de su salario, les restringe la movilidad y los vigila a través de la Seguridad del Estado. El convenio que Sheinbaum pinta como ayuda humanitaria es, en realidad, financiamiento directo a la dictadura más longeva del continente. Y como siempre, el pueblo cubano no ve ni un centavo de esas divisas.

Además, el famoso medicamento contra el pie diabético es otro mito propagandístico. Se promociona como único en el mundo, cuando en realidad ha sido cuestionado en múltiples estudios por su efectividad limitada. Pero a la dictadura no le interesa la ciencia, le interesa la propaganda: vender la imagen de que en Cuba se inventan curas milagrosas mientras los pacientes en la isla mueren esperando un antibiótico. El contraste es brutal: afuera venden esperanza, adentro solo queda desesperación.

No es cooperación, es complicidad

El régimen castrista utiliza la medicina como su mejor cortina de humo. No hay democracia, no hay derechos humanos, pero siempre queda el discurso de que forman médicos para el mundo. Mientras tanto, en los barrios cubanos la gente se cura con infusiones caseras porque no hay medicamentos. Que Sheinbaum repita la narrativa oficialista solo demuestra desconocimiento —o complicidad— con una maquinaria que se sostiene exportando profesionales a cambio de dólares, no porque le interese la salud del mundo, sino porque necesita oxígeno financiero.

El convenio con México no es cooperación, es complicidad. Cada médico cubano que viaja al extranjero es otro engranaje de un sistema de explotación laboral que beneficia a la cúpula castrista. Y cada peso que México le pague a Cuba es dinero que no aliviará la crisis humanitaria dentro de la isla, sino que servirá para sostener cárceles llenas de presos políticos y un aparato represivo que asfixia cualquier intento de libertad.

Llamar a eso solidaridad es un insulto a los cubanos que sufren en carne propia la mentira de la “potencia médica”.

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