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Por Anette Espinosa ()
La Habana.- En la coreografía perfecta del poder cubano, donde cada movimiento es calculado y cada vacío se llena con precisión quirúrgica, la reciente promoción de Oscar Pérez Oliva-Fraga a viceprimer ministro no es una simple noticia; es un capítulo más en el mismo relato de seis décadas.
Un mes después de la muerte de Ricardo Cabrisas Ruiz, el Partido Comunista de Cuba no ha nombrado a un sucesor, sino a un heredero. La sangre, una vez más, ha demostrado ser el currículum más valorado en la cúpula del régimen.
La trayectoria de Pérez Oliva-Fraga es un manual de la nueva nepotocracia castrista. Con 54 años, ingeniero electrónico y una hoja de servicios impecable en el comercio exterior, su perfil técnico es solo la fachada que oculta su verdadero ascensor al poder: es sobrino-nieto de Fidel y Raúl Castro. Nieto de Ángela María Castro Ruz, la hermana mayor de los patriarcas, su nombramiento no es una casualidad, sino la reafirmación de una ley no escrita: el clan se perpetúa.
Este nombramiento obliga a una mirada retrospectiva que resulta aleccionadora. La pregunta no es quién es Oscar Pérez Oliva-Fraga, sino cuántos Castros y allegados directos han ocupado posiciones clave desde 1959.
La lista es el verdadero organigrama del poder: Fidel, el líder máximo; Raúl, su sucesor; Ramón Castro, el operador tras bambalinas en el sector agrícola; Antonio Castro Soto del Valle, el hijo de Fidel que dirigió la selección nacional de béisbol y maneja influyentes hilos; Mariela Castro, hija de Raúl, como voz pública y política de la ideología oficial; Alejandro Castro Espín, el hijo de Raúl convertido en sombra poderosa en inteligencia y seguridad; y Raúl Guillermo «El Cangrejo», el nieto que custodia la imagen digital de su abuelo. Ahora, se suma este sobrino-nieto.
Ante este árbol genealógico del poder, uno no puede evitar lanzar una pregunta incómoda al corazón del proyecto comunista cubano: ¿solo los que tienen sangre Castro pueden aspirar a las altas esferas? La retórica oficial habla de meritocracia revolucionaria, pero la evidencia empírica apunta a una dinastía. El sistema, en apariencia colectivista, se revela como una estructura donde el apellido opera como la llave maestra que desbloquea puertas que para otros militantes permanecen cerradas a cal y canto.
Con este movimiento, Pérez Oliva-Fraga no solo conserva el estratégico Ministerio de Comercio Exterior, sino que se sienta en la mesa de los cinco viceprimeros ministros. Se une a históricos como Ramiro Valdés y a otros cuadros, pero su lugar en esa mesa está marcado por un linaje que trasciende su experiencia. Es la consolidación de una nueva generación de la familia en la maquinaria estatal, asegurando el control sobre los flujos económicos y, por tanto, sobre el futuro de la nación.
El mensaje final es tan claro como desalentador para quienes aún creen en la movilidad dentro del partido. Casi 67 años después del triunfo de la Revolución, el proyecto que prometía enterrar los privilegios de cuna ha terminado erigiendo la más sólida e impenetrable de las aristocracias en el mundo socialista.
El castrismo puede no tener un rey con corona, pero tiene una familia que gobierna con una firma que, generación tras generación, se repite en los decretos más importantes del país.