Enter your email address below and subscribe to our newsletter

Comparte esta noticia

Por Jorge L. León (Historiador e investigador)

Houston.- Durante generaciones, la risa fue el alma de los cubanos, un escudo contra la escasez y un puente hacia la esperanza.

Hoy, tras seis décadas de comunismo, esa risa se ha ido apagando, convertida en mueca, mientras la nación se hunde en la tristeza y la desesperanza.

El socialismo, el comunismo, son la muerte de la risa y de la vida.

Seis décadas han caído sobre los hombros del pueblo cubano como una losa inmensa. Éramos un pueblo ingenioso, chispeante, dueño de una carcajada limpia que sabía desarmar la tristeza. Nuestra risa era bálsamo y también escudo; con ella hacíamos soportable la escasez y hasta el dolor se volvía chanza. Nadie, salvo un cubano, podía convertir la falta en ingenio, la penuria en inventiva. La risa era pan compartido, la esperanza, horizonte abierto.

Sin embargo, ahora ese pueblo alegre camina como extraviado. La risa se ha vuelto mueca, la esperanza un murmullo lejano. La generosidad que nos distinguía se ha marchitado: donde hubo brindis y fraternidad, ahora hay sospecha, cálculos, acusaciones. El vecino es enemigo, la mentira un recurso cotidiano y la huida, la obsesión que late en cada mente. El miedo se ha entronizado en los hogares, y la desconfianza flota como una nube espesa sobre la isla.

Nos preguntamos qué veneno pudo arrancarnos el alma. Qué oscura alquimia transformó al pueblo más vivaz del Caribe en una multitud de zombis tristes, con la mente puesta en la fuga y el cuerpo atrapado en la miseria. Comer se volvió angustia. Soñar, un delito.

Las penurias

Las cifras hieren: pensiones incapaces de pagar un cartón de huevos, salarios que mueren antes de nacer, hospitales sin medicinas donde la vida se apaga en silencio, mercados vacíos que devoran la esperanza. Y el éxodo como única salvación.

Millones se han marchado, dejando un país despoblado de sus hijos más jóvenes. Los que quedan sobreviven en colas interminables, a oscuras por los apagones, sin agua y con discursos vacíos que repiten promesas que ya nadie cree. La vida diaria es una guerra sin victorias.

El llamado “Periodo Especial” fue más que un tiempo: fue una cicatriz. Aquellos apagones interminables, las bicicletas forzadas como medio de transporte, el trueque convertido en moneda, fueron la imagen más descarnada de un país que resistía entre la risa y el hambre.

Pero lo que entonces parecía transitorio se volvió perpetuo. Y la isla quedó atrapada en un presente sin salida, en un futuro robado.

El éxodo es la otra gran herida: primero balseros desafiando el mar en su locura de libertad; luego migrantes vendiéndolo todo por un boleto hacia cualquier parte. Familias rotas, abuelos que ya no conocen a sus nietos, casas vacías con fotos amarillentas en los estantes. Cada avión que despega se lleva un pedazo del alma de Cuba.

Busco razones, intento respuestas. Pero una voz me sacude desde las entrañas de la tierra, desde los huesos de la nación: no busques más. La causa de la muerte de tu pueblo es el comunismo.

Y aun así… queda un resquicio. Porque la risa de los cubanos, aunque dormida, no ha muerto. Late bajo la ceniza, esperando su hora. Algún día, cuando esta enfermedad llamada comunismo desaparezca, la chispa volverá a encenderse. Y entonces, Cuba volverá a ser lo que siempre fue: un pueblo vivo, alegre, capaz de reír con toda el alma, de reinventarse sin cadenas y de volver a soñar, esta vez sin miedo.

Deja un comentario