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Por David Esteban Baró ()
La Habana.– El reciente anuncio de que servicios clave de ETECSA, como internet, roaming y planes especiales, se cobrarán en dólares consolida una estrategia de segmentación económica. Está orientada a capturar remesas y divisas duras desde el exterior.
Esta medida, lejos de ser una simple respuesta a la crisis, revela una dinámica más profunda. Se observa la transformación del aparato económico cubano en una maquinaria orientada al capital transnacional.
Tal proceso se da en el marco de un monopolio estatal que, aunque formalmente responde al Estado cubano, no está controlado directamente por el Consejo de Ministros. En cambio, es controlado por GAESA (Grupo de Administración Empresarial S.A.).
Altamente opaca, esta estructura militar funciona como el holding económico más poderoso del país. Ella concentra en sus manos sectores estratégicos que antes se presentaban como propiedad colectiva del pueblo.
La dolarización, por tanto, no debe verse como una medida aislada o de emergencia. Representa un mecanismo deliberado para capitalizar empresas estatales en divisas. Además, genera flujos económicos paralelos al presupuesto oficial y asegura el control financiero por parte de una élite militar hereditaria.
Atrincherada en GAESA y otras entidades afines, esta élite construye las bases materiales para conservar el poder más allá de la ideología revolucionaria.
Este proceso guarda un inquietante paralelismo con lo ocurrido en la Unión Soviética. Cuando el sistema soviético colapsó, los antiguos cuadros del PCUS y, sobre todo, los mandos de la KGB ya habían creado empresas pantalla, bancos y redes legales para apropiarse de los recursos del Estado.
Así surgió la oligarquía rusa, muchos de cuyos integrantes eran exfuncionarios de inteligencia o protegidos por ellos.
En Cuba, la nueva generación de dirigentes —hijos de generales, nietos de comandantes, cuadros “jóvenes confiables” y en su mayoría blancos—, controlan empresas mixtas, polos turísticos y estructuras. Estos incluyen CIMEX, TRD y la propia GAESA.
La permuta generacional no ha traído renovación ideológica, sino continuidad patrimonial: el poder no se transfiere, se hereda.
Resulta muy clara la tendencia: “La Revolución” se desvanece como ideología. Pero se recicla como una red empresarial cerrada donde los militares y sus familias acumulan capital, privilegios y conexiones internacionales.
Lo hacen mientras se preparan, discretamente, para un eventual cambio de sistema, ya sin necesidad de proclamas socialistas.
GAESA es el núcleo de esa transición. Este conglomerado empresarial, administrado por las Fuerzas Armadas Revolucionarias (FAR), controla sectores claves como el turismo, el comercio exterior, la banca, el transporte, las telecomunicaciones y la infraestructura.
Su figura más visible fue el general sin batallas Luis Alberto Rodríguez López-Callejas, exyerno de Raúl Castro. Tras su muerte, el poder empresarial se mantiene en manos de militares y familiares directos de la cúpula histórica.
Pero GAESA no es solo una empresa estatal poderosa: es una estructura de transición patrimonial. En ella, la propiedad pública se convierte de facto en privada, aunque legalmente siga envuelta en la retórica socialista.
Esta transformación no se hace a través de reformas legales visibles, sino mediante una gestión cerrada, vertical y protegida del escrutinio ciudadano.
La herencia del poder se extiende más allá del control empresarial. Hijos y nietos de los históricos se han posicionado en embajadas clave, direcciones de empresas mixtas, comités ejecutivos de consorcios como GAESA, CIMEX y BioCubaFarma. Incluso han logrado ubicarse en medios internacionales y redes financieras off-shore.
Este entramado garantiza que la influencia no dependa de los cargos políticos, sino del control de los recursos.
Se repite el patrón soviético: estas nuevas generaciones ya no creen en el discurso ideológico, pero usan su linaje revolucionario como capital simbólico. Esto les ayuda a blindar su ascenso económico.
Mientras tanto, muchas de estas familias viven en el extranjero —Madrid, Panamá, México, República Dominicana— y conservan el control directo o indirecto sobre activos dentro de la isla.
Frente a esta realidad, el futuro de Cuba podría seguir un camino inquietantemente familiar: una transición oligárquica “a la rusa”.
Si la Revolución cae —por colapso económico o presión social—, ya existe una estructura lista para asumir el poder sin pasar por una apertura democrática real.
El aparato estatal se presentará como reformado, pero en esencia será una red de empresas privadas manejadas por exfuncionarios, militares y sus herederos.
Muy lejos de significar libertad, este modelo podría consolidar un régimen autoritario de mercado, al estilo ruso, con capitalismo sin derechos civiles.
El alto mando militar y su descendencia no solo están sobreviviendo a la crisis: están convirtiéndola en oportunidad para una apropiación silenciosa del país.
La dolarización de ETECSA y otros servicios no es solo una medida económica, sino una herramienta estratégica para acumular capital. Además, asegura el relevo patrimonial del poder.
No se necesita esperar al colapso total del sistema: ya está ocurriendo. Se desarrolla a plena vista, mientras el discurso oficial insiste en la «resistencia creativa» y el «socialismo». Sin embargo, los hechos revelan una meticulosa reconfiguración del país como propiedad de una casta poscomunista.