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La revolución del papel perdido: 66 años limpiándose como se puede

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Por Esteban David Baró ()

La Habana. – En Cuba, el papel higiénico sigue siendo un mito nacional. Ni los santos, ni los niños, ni los abuelos han logrado convivir pacíficamente con un rollo entero.

Hay temas delicados, y luego está el papel higiénico en la isla: un asunto de Estado, de fe y de resistencia. En más de seis décadas de “revolución”, el rollo nunca logró hacer revolución propia. Ni siquiera contrarrevolución. Simplemente, desapareció.

Doña Micaela, 83 años, confiesa con resignación heroica: “Mijo, yo me acostumbré al Granma. Eso sí, hay que dejarlo secar un poco, porque si no, te deja el escudo de la patria tatuado”.

A su lado, un niño de 9 años, nieto suyo, admite sin saber de qué habla exactamente: “Yo nunca he visto uno de esos rollos blancos, solo los del dibujo animado. En mi casa usamos revistas viejas y hojas de plátano”.

En Cuba, el papel higiénico es una leyenda urbana, un fantasma perfumado que los turistas traen y los vecinos miran como quien ve un unicornio. Algunos, con recursos, pueden comprarlos también en las mipymes (micro, pequeñas y nedianas empresas), muy de moda en el archipiélago.

Mientras tanto, el discurso oficial se atreve a decir —con una seriedad que roza el delirio— que “la preocupación mundial por el impacto ambiental del papel higiénico está impulsando nuevos hábitos de limpieza personal”.

¡Y claro que sí! En la isla esos hábitos son tan antiguos como las colas del pan: hojas, periódicos, servilletas de cumpleaños recicladas, y hasta recibos de la bodega.

El país de la ironía… cruel

Para colmo de la comedia, los medios cubanos ahora mencionan la llegada del bidé japonés, ese invento celestial que lanza chorros de agua tibia con jabón. Pero, como ironiza un vecino del Cerro: “¿Agua tibia? ¡Si aquí no hay ni fría!”.

El famoso washlet, que en Japón hace maravillas con un solo botón, sería un objeto de ciencia ficción en Cuba. No solo porque no hay agua constante, sino porque el jabón, ese primo hermano del papel, también se fue a la clandestinidad hace rato.

La técnica japonesa promete un secado con aire caliente, pero en los hogares cubanos lo único caliente es el aire mismo, cuando los apagones deciden acompañar la jornada.

Mientras tanto, los humoristas del barrio insisten en que el bloqueo de Estados Unidos también impide la entrada de papel higiénico. “Debe estar en la lista de productos de doble uso”, bromea uno. “Capaz de limpiar conciencias y anos al mismo tiempo”.

En la isla, donde todo se recicla, el papel higiénico sigue siendo una rareza revolucionaria, un lujo que provoca nostalgia, risa y rabia a la vez. Y así, entre consignas y escasez, el pueblo sigue inventando, con una creatividad que ni el mejor ingeniero japonés podría igualar.

Porque en Cuba, hasta limpiarse el culo se convierte en un acto de resistencia.

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