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EL RECORRIDO DEL APAGÓN

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Por Edmundo Dantés Junior ()
La Habana.- Si tú tienes tu bar, tu negocio… Es tuyo y heredado o luchado, no importa, es tuyo. Todo está bien, sabes que algunos tienen problemas pero tú no. Hay un poco de corrupción, pobres, como en todas partes.
Tú no, tú tienes el privilegio de ganar bien… Eres el dueño. Hay algunas revueltas que no tienen que ver contigo. A veces escuchas cosas, pero estás en tu mundo. Tu mundo está bien.
De pronto te enteras que derrocaron al gobierno unos ahí, (ni siquiera tantos). Todo el mundo está eufórico, tú también te pones eufórico. Es verdad que a veces veías que había mucha violencia. Este hombre llamado Edel, el alzado, es un líder nato, habla y habla, hipnotiza…
Parece que todo lo puede, derrocó al gobierno.
Todos aman a ese líder que promete igualdad, no más escasez, no más delincuencia. Que todos aprendan a leer, porque pensar por sí mismos es lo más importante y «la salud gratis para todos», decía en sus interminables discursos. Te parece bien, hay muchos que al parecer no tenían acceso a estas cosas.
Tus socios te dicen que deberían irse para otros países pero dices que no. A ti no te afecta, tú no has hecho nada… No pasará nada. ¿De qué forma? ¿Están todos locos, este Edel promete muchas cosas y todo el mundo lo apoya que podría ir mal?
Y entonces comenzaron los decomisos. Comenzaron por las grandes fábricas y empresas norteamericanas: «Todo es del pueblo», decía Edel y todos aplaudían. Tú aplaudías. «Expropiado» gritaban. «Nuestro».
Después las farmacias y mercados: «Del pueblo y para el pueblo», decían todos y tumbaban más carteles. Todo iba bien, trabajarían todos por un salario justo, habría leche y comida en abundancia, el hombre nuevo, trabajador, justo, proletario, revolucionario.
Después algunos campesinos se quejaron de que les quitaron las tierras. Contrarrevolucionarios les decían.
¿»Cómo no van a estar de acuerdo con que todo sea de todos»?, gritaban los revolucionarios. Tú gritabas. Igualdad. «Nadie quedará desamparado», gritaba Edel, «nadie» gritaba la multitud enardecida.
Más gente se quejaba de cosas, de cosas que les pasaban, o les quitaban, o no estaban de acuerdo: «Contrarrevolucionarios, pa fuera, no los queremos»… Y les tiraban huevos. «Contra la revolución nada». Tú tirabas huevos, costaban centavos.
Y entonces expropiaron tu bar. Te lo quitaron porque incitaba a costumbres burguesas, y la burguesía iba en contra de todo lo que era la Revolución de Edel. Porque en la Revolución nadie es dueño y nadie tiene propiedades, todo es de todos.
La Revolución del pueblo: «Aquí se hará una escuela», proclamó Edel. «Los niños son lo más importante «, aplaudieron todos. Te fuiste con promesas a tu casa sin nada en los bolsillos.
Todos a la caña, y fuiste. Sudaste, sin ganar un centavo. Todos a recoger café y fuiste. Donde Edel decía ahí iban todos.
Él pensaba y sabía mejor que todos que era lo importante. Él prometía.
Enseñaste a niños y campesinos sin tierras a leer. La tierra es de Edel decían. Tenemos que trabajarla. La tierra es de la Revolución.
Los dueños de las empresas norteamericanas se quejaron de que se cogieran sus empresas, casas, fábricas y todos los negocios privados y Edel dijo que todo eso era del pueblo y no les pagó nada.
El presidente norteamericano impuso el embargo como sanción ante esto: «Estamos bloqueados por el enemigo que envidia nuestra soberanía», escuchaste decir a Edel mientras trabajabas ocho horas por 125 pesos… al mes.
Edel decidió hacerse amigo de Rusia. Al poco tiempo -o mucho tiempo- el gobierno de Rusia cayó y con eso terminaron las ayudas de comida que daban pues al ser todo «del pueblo», (que realmente significaba del Estado) las fábricas comenzaron a perder capacidad, a producir menos… «Hay que resistir» decía Edel cada año. La Revolución es austeridad.
Muchos se fueron, no se podía pero lo intentaban igual. «Desertores de la Revolución», les decían «cobardes». Tú les dijiste cobardes.
«En los tiempos difíciles es cuando se miden los revolucionarios». Convirtieron cada promesa y cada revés en «victoria».
«Cuando terminemos de construir el socialismo seremos felices con nuestra igualdad soñada», decían a toda hora los medios de comunicación estatales, los únicos que había.
Ese año comiste frazada de trapear. Te bañaste con una planta que quemaba la piel pues no había jabón.
Pocos años antes te habías casado, tus hijos iban a la escuela pero en las noches tenías que echarles aire con un cartón por los apagones… La comida escaseaba tanto que muchas personas comenzaron a perder la vista y sufrir enfermedades.
Edel vestía dos relojes por los que podía haber comprado 10 toneladas de comida para su pueblo al que pedía resistir el hambre. Edel se había hecho de cuanta casa quería, fincas, parques, zonas de caza, yates. Islas, incluso.
No decían nada por el noticiero, tampoco decían de las muertes cuando alguien se fugaba del país. De las familias separadas, de los miles de pesos políticos.
Pasaban cosas todo el tiempo, supuestos corruptos fueron enjuiciados y condenados a muerte, y lo transmitieron por televisión, aunque editado… se sabía. Desaparecieron tanto aliados como supuestos enemigos de la Revolución.
No podías hacer ni decir nada pues todo les parecía contrarrevolución. En cada barrio había aguerridos revolucionarios que te delataban en nombre de ella. Pronto no se podía criticar nada pues todo era tomado como que el enemigo norteamericano te decía qué decir para «tumbar la magnífica Revolución»
Primero el pueblo era lo más importante, luego lo importante era la Revolución del pueblo, luego lo importante era la Revolución. Defenderla de cualquiera. Incluso de ti mismo, si llegaba el caso.
Edel tenía mansiones y todas esas cosas porque luchó, decían… al menos el pueblo tenía que darle eso, y las gracias, las gracias y veneración para siempre. El libertador, quien prometió prosperidad que nunca existió, pero si te quejabas te llamaban contrarrevolucionario.
Tú no decías nada. Muchos habían cometido ese error. Había que ser obrero, sencillo. «Todo lo podía el pueblo sin necesitar de nadie de afuera». Repetías con los demás. Viviste después la época en que fue necesario dejar entrar al país extranjeros para intentar avanzar.
Hicieron hoteles… más y más, y todo el presupuesto del Estado se destinaba a eso. Ni tú, ni tu familia podía entrar a esos hoteles, solo personas de otros países.
Muchos sabían que la corrupción de Edel crecía pues sus hijos si podían quedarse en hoteles y salir del país. En ese momento nadie más podía. «Afuera era malo todo, el país era seguro, el mejor país del mundo». No te dejaban hablar con nadie de afuera tampoco.
Nada cambió para el pueblo. El dinero de los hoteles iba para hacer más, o para ellos.
Eras apresado si te veían o sospechaban que hablaste con extranjeros. Los más «revolucionarios» decían que los extranjeros decían mentiras de la Revolución y de Edel, que querían confundir a todos los revolucionarios.
Había ya escuelas militares con las enseñanzas de Edel. Habían cambiado el nombre de las calles, la historia, la gente, las creencias… Todo. Vigilancia de todo lo que podían decirte. Poca comida, cero libertad.
A veces recordabas al principio, cómo Edel dijo que se harían elecciones para elegir al presidente del país, pero luego decidió que él era el mejor para eso, y la multitud enardecida dijo que sí. Luego cambió las leyes y la Constitución para que el socialismo, él y la Revolución fueran irrevocables.
Pasaron años, muchos años. Continuaste trabajando por 125 pesos. No había forma de avanzar. El salario no te alcanzaba para un mes, ibas a pie el trabajo, ni una bicicleta te podías comprar. Daban tickets para comprarte unos zapatos, una ropa y ya. Todo racionado.
Tus hijos todos, universitarios, al empezar a trabajar tenían que ir a pie a laborar como médicos, porque no les alcanzaba el salario ni para dos días.
Al morir Edel nada cambió realmente, dejó a su hermano de presidente. Seguía la escasez, la persecución incluso peor sobre todo para aquel que se quejara de cosas propias. No te podías quejar del hambre, del gobierno, de la falta de agua, de corriente ni de comida. «Los revolucionarios resisten».
A los años dejaron que los del propio país se hospedaran en los hoteles. Tú nunca pudiste ir, no tenías dinero… Jamás fuiste a ningún lugar, todo destinado a comida, a tus hijos. A comprar leche pues se la quitaban a los 7 años.
Luego de 60 años de Revolución, el hermano de Edel delegó la presidencia a otro hombre. Nadie votó por él. Este hombre y sus hijos, abiertamente, junto a todos los ministros y sus hijos eran corruptos y tenían dinero que cogían del pueblo. Pero se decían revolucionarios y si decías algo ibas en contra de la Revolución…
Los apagones eran incluso peor que los de tu juventud. Faltaba la comida, agua. Ya «permitían» salir del país pero no tenías dinero. Y entonces permitieron de pronto tener empresas privadas. Se abrieron mercados privados, tiendas. Pronto solo había de esas tiendas y mercados, del Estado ya no quedaba nada.
Todo estaba destruído: las casas, las calles, la gente. Inventaron monedas en las que no pagaban y tenías que conseguirla de maneras imposibles. «¿De dónde la gente saca el dinero?», pensabas luego de comprar 20 huevos con toda tu jubilación del mes.
A muchos los mantenían esos familiares que se fueron… A los que les tiraste huevos.
Surgieron nuevos ricos y burgueses, todo amparado por los «revolucionarios» en el poder, que seguían diciendo que eran austeros, (incluso firmaron todos una carta que decía que eran austeros como para obligarse a intentarlo), eran sencillos decían y vivían igual que el pueblo. Pero tenían carros que costaban miles de dólares y cada uno un negocio privado. Mientras, tú cobrabas en moneda nacional con la que ya podías comprar nada en el país porque no vendían nada en esa moneda.
Y pasabas y los veías de lejos: Bares… Bares privados.
Uno de los nietos de Edel dueño de un bar llamado «Bar E», celebraría su cumpleaños allí. Esto causó revuelo en el pueblo por la historia, por todo lo que había hecho Edel, por todo lo que había hecho «la Revolución», por todo lo que había quitado la Revolución… Por el mismo concepto de Revolución.
¿De dónde había sacado el dinero este joven? ¿No era burguesía esto?. ¿No iba en contra de los principios de la Revolución? Pensabas.
El gobierno irrevocable culpaba de la escasez «al bloqueo», mientras ellos tenían propiedades… Comían, salían, entraban… Vivían.
Oh sí, ese joven nieto de Edel es dueño de un bar. Es su negocio. Es suyo, heredado o luchado, con dinero robado del pueblo o no, no importa, es suyo.
Todo está bien para él. Algunos piensan que no tiene la culpa de ser nieto de Edel. Vive en su burbuja millonaria, seguro sabe que algunos tienen problemas pero él no, sabe que hay un poco de corrupción, tal vez que hay mucha, sabe que el pueblo sufre eternos apagones, que sufre escasez, que hay pobres, como en todas partes…