Enter your email address below and subscribe to our newsletter

Comparte esta noticia

Por Esteban Fernandez-Roig Jr:

Miami.- El dueño de la casa donde vivíamos en el Residencial Mayabeque -en Güines- era un mulato, sargento del Ejército Constitucional, y se trataba de una persona decente y correctísima.

Tras el triunfo de la inmundicia llegó la “Reforma Urbana” en octubre de 1960 y fue una de las tantas triquiñuelas castristas.

El exsoldado vino a mi casa y sonriente nos dijo: “No, no vengo a cobrar nada, sólo vengo a despedirme, parece que ahora esta casa es de ustedes”.

Mi padre se levantó del sillón, le dio un abrazo, le entregó 30 pesos y le respondió: “De eso nada, usted sigue siendo el dueño de esta casa, y venga como siempre a cobrar el alquiler el primero de cada mes”.

La gran mentira de la “Reforma Urbana” era que el régimen no nos regalaba las casas sino que Fidel Castro se convertía en el dueño de todas las viviendas y en lugar de pagar el alquiler al legítimo propietario había que pagarle a la “Reforma Urbana”.

Y esto se hizo obvio dos años más tarde cuando me llegó el telegrama para salir de Cuba y tres días después tocaba en nuestra puerta Peña, el presidente del “Comité de Defensa” del barrio.

Eran las 8 de la mañana del día 4 de agosto de 1962. Dijo: “recibimos una notificación ‘de arriba’ de que el muchacho abandonará próximamente el país, pero aparece una deuda con el Estado de más de 400 pesos por incumplimiento de lo requerido por el Instituto de la Reforma Urbana y no puede salir de aquí mientras no sea saldada”.

Todo era una patraña

Es decir que la cacareada propaganda anunciando a bombos y platillos que nos habían regalado las casas era simplemente una patraña.

Fue una de las pocas veces que vi a mi madre súper brava mientras casi gritaba: “¡Eso es absurdo, ustedes están errados por completo, mi hijo es prácticamente un niño, no es cabeza de esta familia!”

La cosa fue que el vecino no transigía (la “generosa revolución” era inflexible) e insistía en cobrar.

Demás está decirles que en mi hogar, en ese instante, no solamente no había 420 pesos sino que no teníamos ni 400 centavos…

Acto seguido lo que hicieron mis padres todavía me deja frío recordándolo: Se fueron a tocar de puerta en puerta por medio Güines suplicando a los amigos por una contribución económica para poder resolver el dilema en que la recién estrenada dictadura los ponía.

Vaya. Mientras la propaganda castrista presumía de que “Ahora todas las casas pertenecen al pueblo” poco a poco, con el pasar del tiempo, los esbirros se adueñaban de todas las viviendas de los que abandonaban el país.

La cuestión fue que antes de 24 horas ya mis padres entraban en las oficinas de la Reforma Urbana y pagaban la deuda.

Y le pregunté a mi madre: “Mami ¿qué les dijiste?” Ahí mi mamá, mucho más tranquila, volvió a ser la mujer ecuánime de siempre y le vi una victoriosa sonrisa en el rostro mientras me decía: “Les dije ¡Métanse el dinero por el fondillo y dejen salir a Esteban de Jesús!”

Me sorprendí porque nunca antes había escuchado a mi madre lanzando un exabrupto.

Hoy en día tienen la desfachatez de venderles las casas robadas a los exiliados que se presten y yo digo rememorándo a mi madre: “¡Ahora métanse las casas por donde mejor les quepa!”.

Deja un comentario