
Newsletter Subscribe
Enter your email address below and subscribe to our newsletter
Por Joel Fonte ()
La Habana.- Mientras vivió el dictador Fidel Castro, mi generación fue víctima de una propaganda brutal y sistemática. Esta propaganda idealizaba su figura, lo magnificaba, mostrándonoslo como un hombre de inteligencia y cualidades superiores. Era presentado como un profeta, cuyo singular liderazgo era casi divino.
Así -y tal vez como parte de esa misma propaganda articulada, y también del imaginario popular, tan reducido a frases pre-elaboradas del propio régimen-, se dibujaba a su hermano Raúl Castro casi como la otra cara de la moneda. Él era visto como el hombre fuerte, el militar rudo, el sujeto de mano dura…
Esa propaganda no lo dibujaba como un imbécil, pero tampoco le atribuía la visión de genial estratega del otro.
Claramente, preparaban la escena para la idealizacion, la mitificación total del primero tras su muerte, como símbolo a obedecer.
Por eso, cuando conocí que este señor, Díaz-Canel, sería colocado como una ficha, me lo cuestioné. Sería un objeto en la estrategia castrista de lavar la imagen de verdugo de su régimen. Se proponía construir la visión de una Cuba renovada. Me pregunté cuál sería la estrategia de propaganda que la dictadura seguiría con él.
¿Cómo lo mostrarían a los cubanos y al mundo? ¿Cómo venderían a quien, incuestionablemente, no pasaría de ser un muñeco de ventrílocuo? A través de él, la voluntad del menor de los Castro seguiría imponiéndose.
Pero, más allá de ese diseño propagandístico oficial, lo cierto es que la sabiduría popular desvela la verdad. Combinada con eventos ocurridos en estos más de seis años ya, desnudan la naturaleza y el calado moral de este individuo.
Me atrevo a afirmar que sus descendientes sufrirán por décadas la vergüenza de su nefasto legado. Este legado tiene, como rasgo más singular, una adicción por la mentira propia de un mitómano agudo.
Basta de tolerar injusticias. No más temor. No más dictadura en Cuba.