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Por Dagoberto Valdés Hernández (Centroconvergencia.org)

Pinar del Río.-Durante más de sesenta interminables años, en una agonía creciente y asfixiante, el pueblo cubano ha recibido reiteradas exhortaciones a “creer” en que la “revolución” , léase el Estado totalitario y paternalista, “no dejaría a nadie desamparado”. Hoy todos los cubanos, menos unos pocos privilegiados, hemos sido sumidos en la más contundente miseria material, moral y espiritual.

Podríamos decir que Cuba ha sido abandonada a su suerte. Pero no solo porque el Estado no cubre ni las más mínimas y vitales necesidades. “Creer” y “esperar” a que esto suceda es dar “continuidad” a un paternalismo vacío y sin responsabilidad que no puede garantizar ni la electricidad, ni el agua, ni los alimentos, ni los medicamentos, por mencionar solo unas pocas e indispensables necesidades básicas.

Cuba ha sido abandonada, porque los cubanos ni siquiera pueden construir su suerte por cuenta propia; porque se nos bloquea internamente hasta la gestión personal de la suerte y de la vida. Se prohíbe el desarrollo libre de la propiedad privada, de la empresa privada, de la importación y exportación privadas. Se limita hasta el ejercicio de la solidaridad por cuenta propia.

Todo tiene que pasar y ser controlado por el Estado ineficiente e ineficaz. Hasta la misma palabra: “privado” es sustituida temerosamente por “no-estatal” como si las realidades se definieran y nombraran por lo que no son.

La invitación a ‘creer’ y ‘confiar’

Mientras sobrevivimos agónicamente, se nos invita, en cada acto político, en cada aniversario del pasado caduco, a “creer” y a “confiar” en otra promesa, en otras medidas, en otra exhortación a “resistir”, a “creer” que las cosas van a mejorar, a que hay que confiar para “vencer”, porque hasta ser “no-creyente” político y ser desconfiado de las promesas absurdas que son imposibles sin cambiar lo esencial, parece que es “malo”, parece que pudiera ser penalizado solo por no creer, o por no confiar.

Digámoslo claramente, la política no es cuestión de creer, la política es la búsqueda del bien común de la “polis”, es decir, buscar y construir el bienestar de la “ciudad”, que eso significa “polis”, de donde viene la palabra y la realidad política; es decir, ocuparse de los asuntos públicos.

Y, por supuesto, no se trata de “creer” que los políticos se ocupan, se trata de que demuestren que se ocupan en resolver los problemas, no prometer, no invitar a creer. Se trata de resolver y si hoy en Cuba, como están las cosas, no se puede resolver, entonces hay que cambiar las cosas para que se resuelvan los problemas.

La mentira crea desconfianza crónica

Parece que de tanto usar la política, de tanto politizarlo todo, hemos perdido la noción y el contenido de la verdadera política que, como ya sabemos, es buscar y encontrar entre todos el bien de todos, el bienestar de la vida cotidiana. Lo diferente a este contenido no es política, es demagogia. Es vivir en la mentira.

Y vivir sistemáticamente en la mentira crea desconfianza crónica, incurable, mientras sigan las mismas cosas y las mismas personas sin cambiar. Entonces la política no puede ser cuestión de exhortar a “confiar” cuando pasan los días, las semanas, los años y las décadas y nada cambia, y todo empeora y nada se cumple.

Entonces, ¿cómo se puede llamar, una y otra vez, a “creer” y a “confiar”? La política no es cuestión de fe religiosa, por tanto, es absurdo, exigir que se “crea” en los hombres. Los que somos creyentes, solo creemos en un solo Dios. Y a los que son ateos no se les puede pedir que “crean” ciegamente en seres humanos

En resumen

1. La política y los políticos no son objeto, ni sujetos, de fe. La política tiene como objetivo: gestionar el bien común con inclusión de todos, incluso de los que no creen en la política ni en los políticos. Incluso de los que desconfían y de los que discrepan.

2. No se puede convertir la gestión política en una religión que exige fe y confianza. La fe y la confianza, para los que creemos, solo se deposita en el único Dios verdadero. Ningún hombre y ningún sistema puede reclamar para sí un acto de fe incondicional, ciega y sorda. Eso va contra la naturaleza humana.

3. Solo un cambio real, profundo, sistémico e institucional, puede crear confianza. Los discursos, los aplausos y los “vivas”, no crean confianza. Se los lleva el viento y no se escuchan durante los apagones. La confianza se construye con la verdad vivida y demostrada con hechos.

La vida en la verdad es la fuente de la confianza ciudadana. Y esta es una confianza limitada, temporal, perentoria, volátil, que hay que validar cada día, ante cada necesidad pública. Los parches en tela vieja no crean confianza. Los cambios cosméticos no crean confianza. El engendro surgido de lo peor del socialismo con lo peor del capitalismo trasnochado y caduco no crea confianza.

La política es resolver los problemas. Y en Cuba solo se podrá resolver haciendo el cambio estructural que los cubanos ya expresan y exigen, consciente, libre y repetidamente.

Es una temeridad y una imprudencia no escuchar la voz del pueblo. Y todos sabemos lo que se oye claro en cada esquina: libertad, cambio y propuestas.

Demorar lo nuevo es un peligro. Retrasar el parto es ir contra la vida. Y Cuba necesita vida.

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